Familia actual.-Aceprensa.-La disciplina es indispensable para que los niños adquieran conciencia de los límites, sin los cuales no se puede crecer, como no se puede llegar al destino sin seguir una ruta determinada. Poner límites no es limitar, no significa colocar un techo, sino al contrario, hacer que ese techo pueda estar lo más alto posible. La disciplina en la familia resulta de conjugar el afecto y la exigencia, dos pilares sobre los que se ha de sustentar la educación de nuestros hijos.
Pero, en general, nos cuesta gestionar la disciplina porque pensamos que sólo se consigue castigando y, para más inri, castigamos mal. Un reciente artículo publicado en The Wall Street Journal nos da algunas pistas para utilizar “con inteligencia” los premios y los castigos.
En primer lugar, el psiquiatra infantil Timothy Verduin propone que los padres, en lugar de centrarse en qué hacer cuando un niño actúa mal, decidan cómo quieren que sus hijos se comporten y se lo digan: orden en la habitación, prepararse para ir a tiempo a la escuela, jugar con su hermano… Entonces, pueden alabar los comportamientos correctos y eso hará que aumente su frecuencia.
En segundo lugar, la psicóloga clínica Daniela J. Owen mantiene que “los niños se benefician de las fronteras y límites”. El estudio llevado a cabo por Owen puso de manifiesto que si bien los elogios y las respuestas positivas por parte de los padres al buen comportamiento de los hijos no se han traducido en un mayor cumplimiento de las normas a corto plazo, a la larga, la constante alabanza fortalece la relación entre padres e hijos en general y la disciplina en particular.
En tercer lugar, el doctor Verduin, que practica la terapia de interacción padres-hijos, afirma que muchos padres no aciertan en dar órdenes claras y precisas a sus hijos, por lo que resulta más difícil ser obedecidas. Así, al cruzar la calle, no vale con el aviso: “ten cuidado”, sino que es mejor especificar la orden: “dame la mano”. Del mismo modo, el doctor Verduin instruye a los padres para que cuenten hasta cinco después de dar una indicación del tipo: “Ponte el abrigo”. “La mayoría de los padres –comenta– esperan un segundo o dos antes de repetir la orden, con lo que no dan tiempo al niño para hacer lo que se le pide y, como consecuencia, se acaba con gritos y amenazas”.
En cuarto lugar, Alan E. Kazdin, profesor de psicología y psiquiatría infantil en la Universidad de Yale, señala que nuestro cerebro tiene un “sesgo de negatividad”, por lo que solemos poner más atención cuando los niños se portan mal que cuando lo hacen bien. Kazdin recomienda elogiar más que recriminar y, en el caso de niños pequeños, los elogios deben ser efusivos e incluir un abrazo o algún otro gesto de afecto físico.
En quinto lugar, los castigos demasiado severos no funcionan, al contrario, uno de sus efectos secundarios es la desobediencia y la agresión. Según Kazdin, tampoco funciona para cambiar el comportamiento de niños pequeños intentar únicamente razonar, sino que se debe buscar un término medio, que requiere humor e imaginación. Así, el equipo de Kazdin ha observado que si los niños “practican” un berrinche controlado por los padres, acaba reduciéndose su frecuencia e intensidad. Los padres pueden pedir a su hijo que “practique” una rabieta un par de veces al día y, gradualmente, pedirle que vaya eliminando algunas conductas de esa rabieta, como patalear, gritar o tirarse al suelo. Después ha de alabar efusivamente las rabietas moderadas. El “método Kazdin” asegura que los berrinches empiezan a cambiar y en dos o tres semanas, se extinguen. Algo semejante recomienda para acabar con los lloriqueos: que los padres imiten al niño, probablemente ambos acabarán riendo y la conducta se olvidará.
Lógicamente, no hay una técnica que sea efectiva para todos los hijos, aunque parece que el castigo puro y duro genera más problemas de los que soluciona. En todo caso, nos quedamos con estas recomendaciones: no sea demasiado impaciente, no grite, no intente razonar en medio de una rabieta, no dé órdenes imprecisas y no se centre sólo en el mal comportamiento.