Son tus hijos.-Cuando hablamos de formar a nuestros hijos, nos estamos refiriendo a hacer de ellos unas personas felices en el futuro. Cuando se conviertan en seres adultos, educamos futuros hombres y mujeres.
Pero para alcanzar esa felicidad, deberán saber elegir de forma libre y responsable entre toda una multitud de opciones, ya que en el día a día siempre estamos decidiendo qué camino tomar o qué acción llevar a cabo.
Pues bien, para que estos hombres y mujeres del futuro sean capaces de llegar a ello, nuestra labor como padres es educarlos con esta idea, una idea de futuro, de felicidad y responsabilidad futura.
Quizá la alegría efímera que a uno de nuestros hijos les pueda dar el hecho de recibir un regalo, golosinas… no conlleve esa intención de futuro que tenemos. Es posible que si se les niegan dichos caprichos no sea el mejor momento de su vida, pero ser caprichoso va en contra de ser libre: uno siempre se verá sometido por ese carácter antojadizo. Lo que es seguro es que no le supondrá ningún trauma, así como que puede beneficiarle en el forjamiento del carácter y personalidad futura deseable.
Es éste un caso en que el adulto decide qué hacer en una situación concreta y parece ser la mejor decisión. En otras ocasiones deberemos exigir que se haga algo. Ejemplo claro puede ser el que el niño haga los deberes o cumpla el encargo que se le haya pedido en casa.
También habrá veces en que haya que dejar que sea el propio niño el que decida qué es mejor, qué se debe hacer. Pero para educar en esa libertad es evidente que hay que tener confianza en los hijos y demostrarla. Es crucial hacerles saber que confiamos en ellos para que sean conscientes de la importancia que tiene el hecho de que hayan podido tomar una decisión en una situación concreta.
Tiene importancia capital en este punto el sentido común de los padres. No hay ninguna ley escrita ni específica que nos dicte el modo de actuar, cuándo es mejor que el niño decida y cuándo es mejor que le exijamos nosotros. Por eso no es cuestión de enumerar ejemplos concretos. Sin embargo, el sentido común nos dirá qué camino es el que hay que tomar. Y es que, teniendo en cuenta que tratamos con niños y éstos son personas, sabemos que todos y cada uno de ellos son diferentes y no podemos pretender que un mismo proceder valga igualmente para todos ellos.
Del mismo modo, también es cierto que no exigiremos lo mismo a los niños en función de su edad. Seguramente, según éstos van creciendo, dejamos que elijan en más ocasiones, en más ámbitos.
Continuando con la idea del sentido común, no creo que a nadie le extrañe si digo que si hay que formar en libertad y responsabilidad, los padres mismos deben saber moverse en ambos casos. Es evidente que si un padre no sabe elegir libremente, no sabe usar ni gozar de esa libertad, difícilmente podrá transmitir esa idea a su hijo. De la misma manera, para exigir a un hijo, unos padres tienen que exigirse a sí mismos. No será sencillo, por ejemplo, exigir o pedir orden a un hijo si no nos preocupamos por mejorar el nuestro.
Una idea importante es que en nuestro intento por educar, tenemos muchísimas ocasiones para hacerlo, realmente siempre que un padre está con su hijo puede formarle de la manera que buscamos, incluso cuando no está tratando directamente con él, ya que por la mera observación el niño ya está adquiriendo información. De sobra es conocida la importancia del comportamiento de los progenitores para el moldeamiento de su vástago ya que la imitación es un principio básico en el aprendizaje humano.
Cuando uno se acuesta y al taparse con la manta comprueba que ésta es pequeña, si se cubre hasta los hombros, los pies le quedarán al descubierto; si tapa los pies, la parte superior del tronco echará en falta el abrigo de la manta. Del mismo modo, si unos padres siempre optan por un tipo de educación marcada por la exigencia y órdenes continuas, por el control, la formación de su hijo no será completamente equilibrada; lo mismo ocurrirá si el modelo educativo que los padres eligen es el de una libertad absoluta en que el niño se ve obligado a decidir casi siempre, incluso sin estar preparado para ello. El sentido común nos dirá que adoptemos la postura fetal para no quedar al descubierto por ningún lado del mismo modo que nos permitirá distinguir cuándo debemos exigir que nuestro hijo haga algo y cuándo podemos dejarle decidir libremente.