El “ultraconservador” inconformista

El Sonar.-Siempre es más cómodo poner un adjetivo descalificador al adversario que refutar sus ideas. Y en los tiempos que corren, con pensamientos de 140 caracteres, periodismo político de declaraciones y comentarios a bote pronto en la red, hay que economizar las palabras. Los recortes también han llegado al discurso.ultraconservador

Quizá por eso hacen fortuna adjetivos que sirven para etiquetar y, mejor, estigmatizar, al oponente. La táctica no es nueva. En la segunda mitad del siglo pasado bastaba el adjetivo “rojo” para que la derecha demonizara al de izquierdas; o “fascista” para descalificar desde la izquierda al oponente de la derecha (Maduro, tan antiguo, todavía lo usa).

Últimamente, en los medios que presumen de encarnar el progreso, el recurso descalificador habitual es “ultraconservador”. No es suficiente la carga negativa de “conservador”, pues, al fin y al cabo, ya se sabe que la derecha es conservadora por definición y no se puede descalificar a la mitad del país.

Ultraconservador delimita más el campo y acentúa la carga peyorativa. Tiene un aire de caverna, como los “ultramontanos” de la época de las luchas entre Roma y los Estados liberales. Indica actitudes extremistas, impropias de los tiempos actuales, compartidas por muy pocos, indefendibles con argumentos racionales, y quizá proclives a la violencia.

Se podría pensar que un ultraconservador es alguien que hoy defiende la confesionalidad del Estado, que niega el derecho al voto de las mujeres o que reclama la pena de muerte. Pero no, hoy se puede acceder al título de ultraconservador por mucho menos. Basta que no estés de acuerdo con alguna de las últimas modas sociales.

Por ejemplo, basta que descreas del matrimonio gay, y ya eres ultraconservador, aunque seas un libertario que solo admite el amor libre. No importa que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea una idea reciente, que en pocos años ha pasado de chiste a dogma. Tampoco cuenta que solo una minoría de países occidentales lo haya aprobado. Si no lo aceptas, eres ultraconservador.

Lo malo de estos calificativos apresurados es que colocan en el campo ultraconservador a toda Asia, a toda África, a la mayoría de América, a Rusia y a tantos otros países, que siguen creyendo que el matrimonio es un asunto entre hombre y mujer, como lo ha sido siempre en cualquier cultura a lo largo de la historia. Un mundo tan plagado de ultraconservadores, no augura nada bueno para el progreso.

Tradicionalmente el calificativo de conservador se utilizaba para señalar a los que se oponían a reformas que podían amenazar sus privilegios de clase y sus ventajas económicas. Sin embargo, el calificativo ultraconservador se reserva hoy no para asuntos que tienen que ver con la economía sino con las modas sociales. Puedes estar en contra de la progresividad en el impuesto sobre la renta, a favor del despido libre y en contra del salario mínimo, y nadie te llamará ultraconservador. Como mucho, liberal, que es una posición mucho más distinguida.

En cambio, si piensas que un niño siempre estará mejor con un padre y una madre, que en el aborto no se puede olvidar que hay ya una vida en el seno materno, que utilizar embriones humanos como material de experimentación no es un avance para la humanidad, o que fumar marihuana no es más sano que fumar tabaco, entonces eres un ultraconservador redomado.

Tampoco se entiende bien por qué a quien defiende estas ideas se le califica de ultraconservador, cuando en realidad lo que pretende no es conservar sino cambiar el orden actualmente dominante en muchas sociedades de Occidente. En realidad, lo que se ha producido es un cambio de establishment. Ideas y grupos que tradicionalmente representaban la mayoría social han pasado en muchos casos a ser minoría, mientras que los que exigían un cambio lo han obtenido y se han convertido en la nueva clase dominante.

Y es este nuevo establishment el que quiere conservar el actual orden de ideas y prácticas, descalificando al adversario como ultraconservador y exigiendo que se adecúe a la nueva época. Así, los que en otros tiempos ensalzaban la cultura alternativa y el inconformismo frente al orden establecido, consideran ahora inadmisible que se discuta el que ellos han creado. Pero, como escribió Thierry Maulnier, “querer estar a cualquier precio en consonancia con la época es la manera más evidente de ser conformista”.

Por lo menos, podríamos no conformarnos con poner adjetivos, y tratar de debatir con ideas.

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