El novio “humano” de la Barbie

Se llama Justin Jedlica. Es un joven neoyorquino de 32 años que está dispuesto a todo por parecerse al Ken, el novio de la muñeca Barbie. Ha sido sometido a noventa operaciones quirúrgicas por todo su cuerpo: nariz, labios, pómulos, pectorales, bíceps, nalgas… Lleva ya más de cien mil dólares invertidos en su figura y, según propia confesión, no piensa dejar de operarse hasta haber conseguido la perfección de la belleza masculina. Reconoce que la silicona le puede pasar factura en el futuro, pero también que es el precio mínimo que hay que pagar por tener un cuerpo perfecto (Huffington Post).

Justin quiere parecerse al novio de la Barbie y, como él, quiere ser el “chico perfecto”. Para lograrlo, no puede dejar nada al azar, no puede confiar el desarrollo de su cuerpo a la naturaleza, a la biología, ni siquiera al deporte, sino que lo tiene que modular a base de silicona. Piensa que Ken es perfecto porque es un muñeco de plástico y está moldeado desde el exterior: es lo que él está haciendo con su propio cuerpo. Justin no se cree eso de “la belleza está en el interior”, porque para él, como para muchos adolescentes y jóvenes, sólo cuenta lo exterior. Da igual que el muñeco esté vacío por dentro, lo que cuenta es que por fuera no tiene ninguna imperfección; es más, el brillo exterior oculta las sombras del interior.

Todo está en la superficie, todo es fachada, sólo cuenta el parecer. Muchos se lo creen, como Justin, y ponen todo su empeño (y su dinero) en conseguir parecer lo que no son y en ser lo que consiguen parecer. Tan acostumbrados están a mirar afuera que si, por casualidad volvieran la mirada a su interior, no verían sino oscuridad. Al igual que el prisionero de la caverna de Platón, que al volver de la claridad del exterior, trae los ojos estropeados y no acierta a discernir las sombras que antes veía con claridad, del mismo modo a la persona acostumbrada a contemplar sólo lo exterior le cuesta mirarse por adentro. Y cuando lo hace, no le gusta lo que ve, no se gusta a sí misma, porque dentro no hay trampa ni cartón, no valen los cosméticos ni la silicona. Además, a diferencia del mito de Platón, en los brillos del exterior no habita la verdad, sino una gran mentira que obliga a poner el cuerpo al límite, con todos los riesgos que conlleva.

Adolescentes y jóvenes, como Justin, se dejan engañar por una gran mentira, tan grande como efímera, pero que, eso sí, tiene mucho brillo. Los padres podemos y debemos hacer que las cosas sean de otra manera, comenzando por no alimentar esa quimera con nuestros comentarios, conscientes o inconscientes, del tipo: “Pobre chica, qué gorda está”, “Qué suerte, fulanito se conserva tan joven…”, “¡Cómo puede ponerse eso con las piernas que tiene!”, “Tiene una piel que parece una muñeca”… Si nos ven obsesionados por nuestro cuerpo, es lógico que ellos también se obsesionen; si el primer juicio que emitimos sobre una persona siempre tiene que ver con su aspecto físico, es normal que ellos tengan como criterio principal la apariencia externa.

Hagámosles brillar por dentro, iluminemos su interior y no tendrán que buscar afuera los destellos de una ráfaga fugaz. Ayudémosles a crecer desde dentro, de lo contrario se verán obligados a implantarse silicona para ser como esos muñecos en quienes se ven reflejados.Fuente:Familia actual

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