Enrique Rojas

Fuente: El Confidencial
La vida diaria sigue siendo la gran cuestión. Todas las teorías, ideas preconcebidas, argumentos y estilos psicológicos confluyen en una misma realidad, que consiste en vivir bajo el mismo techo. Es el momento de la verdad.
La convivencia diaria es dura, porque exige esfuerzos repetidos para aceptar al otro como es y, a la vez, ayudarle a cambiar en lo que sea necesario. En los casos, en los cuales el otro no puede cambiar, es preciso revisar si se trata de algo negativo de esa personalidad, que afecta solo al que convive con él, o algo objetivamente duro e insalvable. No obstante, cuando el cambio es imposible, hay que aceptarlo con amor y paciencia. En la aceptación serena está la superación del dato. Además, ¿quién ha dicho que el amor no tiene una parte de resignación? Es un trabajo laborioso. El amor de la vida ordinaria.
Convivir es, ante todo, compartir. Tomar parte en la vida ajena y hacer partícipe de la propia. Es una prueba complicada en la que demostramos muchas cosas concretas de nuestro modo de ser y, en definitiva, el destino final de cualquier pareja. No olvidemos que la primera fuente cultural es la familia, ya que en ella (además de en la escuela) es donde se alimenta el niño y más tarde el adolescente. El papel de la familia es esencial en el desarrollo de la personalidad y en la configuración de la psicología.
Claves para convivir
Hay cinco puntos clave para una correcta convivencia conyugal.
El conocimiento adecuado de uno mismo: cuando uno sabe cómo es, tiene bien estudiadas las coordenadas de su psicología, todo se desarrolla mejor. Conocer las cualidades y los defectos propios constituirá la base, el punto de partida. Esto implica enfrentarse a uno mismo e intentar aportar soluciones psicológicas para resolverse como problema; es decir, ahondar, profundizar, captar, para así llegar a conocerse.
Teniendo conciencia de las aptitudes y limitaciones personales, será más fácil controlar las borrascas y tempestades que ineludiblemente habrán de sobrevenir a esa vida compartida. Uno no se conoce a sí mismo cuando es inseguro, inmaduro o tiene una personalidad poco sólida, mal estructurada. La madurez de la personalidad no es un destino definitivo, al que uno llega y se instala de por vida, sino una meta de niveles progresivos que nunca alcanzan la cota máxima, siempre se puede escalar una posición más elevada.
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