8 enero, 2014 por Redacción
Alfonso López Quintás, en ABC
«Nuestros derechos fundamentales tienen como meta promover la vida humana, desarrollarla plenamente, dotarla de libertad creativa»
JUEGO sucio y manipulación. La manipulación tiende a dominar las mentes, las voluntades, la capacidad de discernimiento. Para mitigar el impacto que suele producir el acto del aborto, el manipulador utiliza arteramente el lenguaje. Así, al aborto lo denomina «interrupción voluntaria del embarazo» o, más asépticamente todavía, IVE. Una interrupción suele ser algo pasajero. Si además es voluntario, presenta un carácter libre, adjetivo que goza hoy de gran prestigio, debido a su condición de «término talismán». De manera sinuosa, con la mera utilización de dos términos –«voluntaria» e «interrupción»– se pone un guante de seda a un hecho trágico: la anulación violenta de un ser de nuestra especie. Pero la realidad se impone: el aborto no es un hecho pasajero, sino definitivo; no es voluntario por parte de la víctima, sino impuesto.
Una forma recurrente de manipulación es plantear de modo unilateral el tema del aborto. Se empieza afirmando: punto 1, que hay jóvenes angustiadas a causa de un embarazo no deseado y debemos ayudarlas. De ahí se concluye rápidamente: punto 2, que es necesaria una ley proabortista. La afirmación del punto 1 es cierta, pero el planteamiento resulta inaceptable, por unilateral. La primera exigencia de un buen planteamiento es que ponga sobre la mesa todos los datos del problema, antes de sacar conclusiones. Por tanto, al punto 1 habría que añadir un punto 2: en el aborto se elimina una vida humana. Si algún partidario del aborto piensa que, en ciertos momentos del proceso de gestación, no hay vida humana, debe demostrarlo con razones científicas.
Actualmente, la ciencia y la técnica biológicas tienen un conocimiento sobradamente claro de esta cuestión y no admiten ambigüedades interesadas. Consiguientemente, este punto exige un tercero: si reconocemos que se trata de una vida humana, es ineludible analizar si es lícito eliminarla. En caso de que el proabortista opine que sí, ha de saber que con ello se rompe el maravilloso consenso a que está llegando la Humanidad de adoptar un respeto incondicional ante la vida humana, tan incondicional que incluso se respeta la vida de quienes han privado de ella a sus semejantes. Si, a pesar de todo ello, sigue defendiendo el aborto, sepa que no va a promover la felicidad de las mujeres que lo perpetren, pues sufrirán el temible síndrome postaborto, tormento oculto que no golpea la sensibilidad de las gentes, pero no por ello deja de ser menos amargo para las infortunadas que lo padecen en soledad. Si ponemos estos cinco datos ante la vista, difícil nos va a ser elegir el aborto como salida óptima al problema planteado en el punto 1.
Juego limpio y claridad de ideas. Cuanto más complejo y grave es un problema, mayor precisión de ideas necesitamos, para ver, por ejemplo, que es un contrasentido arrogarse el derecho de eliminar una vida. Nuestros derechos fundamentales tienen como meta promover la vida humana, desarrollarla plenamente, dotarla de libertad creativa –no solo de libertad de maniobra–, de capacidad creativa en todos los órdenes y, por tanto, de pleno sentido. Tener un trabajo es necesario para ganar la indispensable autoestima. Por eso exigimos con razón nuestro derecho al empleo. De modo semejante, todo ser humano necesita un clima de acogimiento, un hogar. De ahí el derecho a una vivienda digna. Por otra parte, multitud de personas sienten el tirón de la trascendencia y se ven inclinadas al cultivo de la fe religiosa. Tienen, por tanto, derecho a hacerlo en un ámbito de libertad religiosa. Los derechos van encaminados a promover la vida, no la muerte; la unidad, no la escisión; la rectitud ética, no el desenfreno destructor. Su meta es incrementar la vitalidad en todos los órdenes, no bloquearla y agostarla.
Las madres tienen derecho a tener hijos y cuidarlos debidamente, para lo cual necesitan una ley laboral flexible. Esto es incuestionable, pero hoy, sorprendentemente, se proclama «su derecho al aborto». Esta exigencia, aun siendo infundada y desmesurada, tiene probabilidad de triunfar en la opinión pública, pues el vocablo «derecho» aparece unido con el término «libertad», entendido –de la manera más fácil y, en principio, atractiva– como mera «libertad de maniobra», libertad para actuar de forma arbitraria. La palabra «libertad» –así entendida– goza hoy del prestigio de los términos «talismán», vocablos que en determinados momentos de la historia se cargan de prestigio y son tomados como algo intocable. Al vincularlo con «libertad», el vocablo «derecho» es convertido en talismán por adherencia. Eso lleva a algunos a creerse «progresistas» –«personas avanzadas y liberalizadoras»– con solo defender una libertad indiscriminada y, bajo su amparo, el derecho al aborto. Pero es una defensa sin sentido, como hemos visto.