El cigarrillo electrónico y la marihuana analógica

Blog El Sonar.-

Mujer fumando un cigarrillo electrónicoNuestra sociedad, tan proclive a las adicciones,  es también un tanto esquizofrénica en sus inquietudes. Basta ver el distinto modo de enfrentar el consumo de tabaco y el de marihuana. La imagen que transmiten hoy los medios de comunicación sobre el tabaco  es abrumadoramente negativa. El hábito de fumar se ha convertido en “tabaquismo”. La nicotina no solo es un riesgo: mata. Los reportajes sobre el tabaco tratarán de los conocidos estragos que el tabaco causa en la salud, o de las  malas artes de los productores de tabaco para enganchar a los jóvenes, o explicarán los diversos modos de abandonar el tabaco. Las leyes cada vez más restrictivas sobre el consumo de tabaco en público y los impuestos cada vez más elevados, acorralan al fumador.

La campaña contra el tabaco está llevando incluso a tratar de erradicar los pitillos electrónicos, que en principio pueden ser un sucedáneo del tabaco. Los cigarrillos electrónicos tienen una pequeña resistencia eléctrica que, al apretar un botón, calienta un líquido hasta generar el vapor que se aspira. El líquido contiene agua, glicerina vegetal, propilenglicol, aromas y sabores (según el que una elija) y, de modo opcional,  más o menos nicotina o ninguna, a gusto del consumidor. Así que el pitillo electrónico puede servir a los que quieren fumar sin inhalar las sustancias cancerígenas del humo del tabaco o sin molestar a los que están a su alrededor.

Los estudios científicos que se han hecho sobre los efectos del e-cigarette no han demostrado efectos tóxicos, aunque la OMS insiste en que tampoco está demostrado que sirva como terapia de reemplazo del tabaco. De todos modos, su uso es demasiado reciente para que pueda llegarse a conclusiones seguras.

Por el momento, lo que sabemos es que el vaping, término inglés con el que se conoce el consumo de estos cigarrillos, no tiene los efectos cancerígenos del tabaco, calma la ansiedad, puede ser el sucedáneo del pitillo tradicional y no molesta a nadie. Por menos de eso se diría que tiene “efectos terapéuticos”, como se suele decir de la marihuana.

Pues no, aquí impera el principio de precaución. El e-cigarette se vende libremente en diversos países europeos, en EE.UU. y Japón, como una alternativa al tabaco. Pero ya hay países que lo han prohibido (países nórdicos, Argentina, Canadá…), otros lo vetan para menores y la Unión Europea ya prepara una directiva para regularlo. Y el mismísimo New York Times, tan liberal en cuestiones de cannabis, proponía en un reciente editorial prohibirlo para menores de 18 años.

A lo mejor hay motivos para mirar el e-cigarette con tanta prevención. Lo que no se entiende es por qué se juzga, en cambio, con tanta despreocupación los efectos de fumar marihuana, que aúna los peligros del tabaco y del cannabis, los daños a los pulmones y al cerebro.

El hecho de que el e-cigarette se esté extendido entre los jóvenes –un 10% de estudiantes de secundaria en EEUU los han probado– se ve con alarma, pues, dicen los críticos, puede inducirles a pasar después al cigarrillo de tabaco, aunque también podría decirse que han encontrado así una alternativa. En cambio,  el hecho de que un tercio de los adolescentes  americanos fumaran marihuana en 2011 es un argumento para pedir su legalización, para no criminalizarlos y para que no consuman droga en malas condiciones.

También el origen del producto da lugar a juicios contrapuestos. Entre los fabricantes de cigarrillos electrónicos hay compañías tabaqueras, lo cual se interpreta como  una estratagema para captar a jóvenes al vicio de fumar, ardid al que hay que oponerse. En cambio, la legalización de la marihuana no sería hacer un favor a los traficantes actuales, sino un modo de arrebatarles el mercado. Quizá el humo de la marihuana está creando tendencias esquizofrénicas en la opinión pública.

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