Blog Antonio Argandoña. Mi buen amigo Carlo Graziani, al que ya he citado otras veces, me envió un breve artículo de Ricardo Haussmann, profesor de Harvard, titulado “El capitalismo, ¿causa la pobreza?” (aquí, en inglés). Y me envió también el Discurso del Papa Francisco a los participantes en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el 9 de julio pasado (aquí, en castellano). Y me preguntó a quién hay que hacer caso.
Yo le contestaría que no hay que hacer caso a nadie. Hay que leer uno y otro, tratar de entenderlos y tomar una postura personal, libre, madura, cada uno la que le parezca mejor. Por eso, déjenme que comente brevemente ambos documentos, y les explique mis conclusiones.
Haussmann parece sorprendido por la dura crítica que Francisco hace al capitalismo “desenfrenado”. Y, realmente, la crítica es dura, muy dura. Y luego hace dos defensas de ese capitalismo. La primera, remontándose a Karl Marx, que profetizó la progresiva pauperización de los trabajadores: los que no fuesen capitalistas acabarían desapareciendo, convirtiéndose en proletarios y cobrando salarios de miseria. Se equivocó Marx: el capitalismo trajo una prosperidad que ha durado hasta nuestros días. Estoy de acuerdo con Haussmann.
La segunda defensa se basa en que los países pobres lo son no por haber adoptado el capitalismo, sino por no haberlo hecho. Y da cifras sobre esto, en términos empleo por cuenta propia: cuanto menos trabajadores por cuenta ajena, sometidos, según parece, a la explotación capitalista, menos miseria. “El problema fundamental del mundo en desarrollo es que el capitalismo no ha reorganizado la producción y el empleo en las regiones y países más pobres, dejando a la mayor parte de su fuerza de trabajo fuera de su influencia”. También estoy de acuerdo con Haussmann.
Por tanto, hay que introducir el capitalismo en los países pobres. Y también estoy de acuerdo. Pero es aquí donde la lectura de Francisco puede aportar algo nuevo. Primero, en ningún lugar de su discurso propone el Papa el marxismo, ni el comunismo ni una mayor intervención del Estado. Me parece que Francisco estaría de acuerdo en poner en práctica las soluciones que propone Haussmann: la transformación del sistema productivo, que trajo grandes incrementos de productividad; la división del trabajo, que permitió el desarrollo de los conocimientos; el desarrollo de los intercambios y la colaboración en el mercado; la empresa moderna, que sabe hacer tantas cosas…
Lo que preocupa al Papa son las motivaciones. El capitalismo se mueve por la búsqueda del beneficio, y es probable que las transformaciones que propone Haussmann no funcionen si sus actores no intentan aumentar sus ingresos. Lo que el Papa rechaza es “la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social”. Motivación económica, parece decir, sí; motivación exclusivamente económica, pasando por encima de lo que se ponga por delante, no.
Se le podría objetar que habrá que empezar introduciendo la lógica de las ganancias, aunque sean excesivas; más adelante, ya la moderaremos; de hecho, eso es lo que han hecho los países occidentales con sus impuestos progresivos y su estado del bienestar. Pero me parece que esto no convencerá a Francisco, porque el problema es moral, no económico. Empezar a hacer algo con una motivación errónea no es una buena solución, porque la gente aprende, aprende a hacer las cosas por motivaciones erróneas, mete esto en las estructuras y en las políticas, en los gobiernos y en las organizaciones, y luego las cosas salen mal (esto lo digo yo, no lo dice el Papa). Pero esta entrada está resultando muy larga; seguiremos otro día.