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Gabriel Reyes es un exitoso empresario afincado en California. Allí dirige su propia compañía: una asesoría dedicada especialmente a empresas latinas en Estados Unidos. En un artículo publicado en la revista Time, explica su “inesperado retorno” a una iglesia católica con ocasión del funeral de su madre, y cómo allí volvió a descubrir la belleza del mensaje católico: “el omnipresente y dañino sentido de culpa que asociaba a la religión había desaparecido”.
Reyes, homosexual, rememora su distanciamiento de la Iglesia cuando apenas tenía nueve años. Según sus impresiones actuales, ya entonces se sentía distinto. En una narración quizá un tanto estereotipada por la sensibilidad de la infancia, recuerda a un sacerdote que le alejó finalmente de la fe por sus anatemas contra los pecados de la carne, y especialmente la homosexualidad. Todo lo contrario a su catequista, una “dulce ancianita” que hasta entonces le había hecho sentir en la Iglesia como en su casa.
En el funeral de su madre, y después de haber pasado muchos años rodeado de un ambiente agnóstico que “hace un arte de ridiculizar las posturas de la Iglesia”, el mensaje de perdón que escuchó en el sermón del sacerdote le conmovió: “Hubiera esperado palabras sobre el juicio o la condenación. En cambio, se habló de perdonar y dejarse perdonar”. Reyes explica al final del artículo que no sabe si volverá a acudir regularmente a la Iglesia; “lo que sí sé es que gente como yo está sintiendo una nueva bienvenida: quizá es porque los tiempos han cambiado, quizá por el papa Francisco, quizá porque también nosotros hayamos cambiado”.
Al margen del final de la historia, el caso de Reyes tiene interés por dos razones: porque reconoce que muchos de los secularistas que ridiculizan el catolicismo se niegan a pensar seriamente sus argumentos; y porque subraya que en la actitud de la Iglesia católica la compasión por el pecador es compatible con la firmeza en la doctrina.
Padres agnósticos, hija católica
James Harrington es un periodista que colabora frecuentemente con el periódico inglés The Guardian. En un artículo publicado en este medio explica la sorpresa que les ha causado a él y a su mujer –ambos agnósticos convencidos– la decisión de su hija mayor de bautizarse en la Iglesia católica, decisión que ellos aceptan.
Por razones laborales, la familia se trasladó hace unos años de Inglaterra al sur de Francia. Una vez allí decidieron matricular a su hija, que entonces tenía poco más de tres años, en un colegio católico. Les convenció su prestigio académico, y también que estuviera cerca de casa. La niña comenzó a recibir clases de catecismo y a asistir, por decisión propia, a los servicios religiosos. Al cabo de cinco años, ha explicado a sus padres que quiere bautizarse.
Hurrington no esconde que la decisión de su hija sorprendió al matrimonio. Sin embargo, dice sentirse orgulloso de ella, pues sabiendo que sus convicciones chocarían con las de sus padres, ha tenido el coraje de defender algo “que significa todo para ella”.
También reconoce que la decisión de su hija les ha cambiado: “A pesar de nuestra antipatía hacia Dios y la idea de creación, ella ha tenido la valentía de decirnos cara a cara y ante el sacerdote que nuestra visión del mundo no le bastaba. Ella cree y quiere ser bautizada y ser católica”. Hurrington no ha permanecido indiferente ante la conversión de la hija: “No puedo negar que lo que nos ha dicho ha cambiado de momento nuestro petulante desinterés religioso, propio de tendencias liberales bien intencionadas”.