Ese es un viejo refrán español. Me lo recordaba la lectura de una entrada en el blog de la Harvard Business Review, “The fine art of tough love” (aquí, en inglés). Cuenta la historia de un profesor de música que practicaba el arte del amor duro, exigente. No hacemos un favor a nadie cuando vamos repartiendo flores y sonrisas, si lo que necesitan los demás es algo de exigencia. La autora, Joanne Lipman cita varios consejos derivados de la conducta de ese profesor:
- Sujprima los elogios falsos. “Cuando él decía ‘no está mal’ -su mejor cumplido-, íbamos bailando por la calle, corriendo a casa a practicar el doble que antes”.
- Establezca expectativas elevadas. No acepte un resultado que esté por debajo de lo que puede alcanzar la otra persona. Los estudiantes de aquel profesor “sabían que era duro no porque pensaba que nosotros no podíamos aprender, sino porque estaba absolutamente seguro de que podíamos hacerlo”.
- Articule objetivos claros, y etapas para conseguirlos. La meta, un poquito más adelante de donde hemos llegado, pero a una distancia asequible. Esto exige, claro, un conocimiento del estudiante y de sus posibilidades que no cualquier profesor, o coach, o directivo, está en condiciones de lograr.
- Un fallo no es una derrota. Ese profesor nunca penalizaba a los alumnos por un fallo. Dejaba claro que los fallos son parte del proceso: no un fin de etapa, sino una oportunidad para aprender y mejorar. Y hacía que sus alumnos buscasen la manera de hacerlo. “Nos enseñaba cómo fallar, y cómo sacarnos adelante nosotros mismos”.
- Diga “gracias”.