La prohibición de deberes en casa, es la propuesta de la reforma educativa que prepara el Gobierno de Francia, argumentando que los escolares franceses (que, por cierto, van cuatro días a la semana a clase y en Primaria no tienen deberes desde 1956) deben hacer sus trabajos en la escuela y no en casa.
En España se ha vuelto a abrir el debate sobre la conveniencia o no de que los alumnos prolonguen sus estudios y trabajos más allá de las horas de clase. Parece que hay un consenso para admitir que “algo” debería existir en el entorno familiar como complemento al estudio y como trabajo personal. La discrepancia reside en cuantificar, medir y programar ese “algo” sin que agobie en lo académico ni interfiera en lo lúdico y expansivo. Buscar el punto medio, según la edad y necesidades del alumno, es lo que pondría el equilibrio para no demonizar una herramienta de aprendizaje que, como tantas otras, necesita de una revisión adaptada a la época actual.
Es cierto que ”la tarea” en casa refuerza los conocimientos adquiridos en clase y fomenta el aprendizaje pero, no es menos cierto, que el tiempo y las tareas deben ajustarse a la edad y al nivel de desarrollo de los alumnos. A veces se encuentran con ejercicios repetitivos e inútiles que no hacen sino fomentar el hastío. En todo caso deberían contribuir a desarrollar el sentido de la responsabilidad, a potenciar el esfuerzo personal y la autonomía, a inculcar hábitos de trabajos creativos, de lectura, etc. Las nuevas tecnologías son la herramienta idónea para crecer en la investigación con un sentido dinámico y potenciar otras habilidades que superen el aprendizaje memorístico insustancial.
En Finlandia, nueve de cada diez niños, entran en el colegio uno o dos años más tarde que en España, tienen mil quinientas horas menos y los deberes en casa no superan la media hora. En España, superamos en todos los casos a Finlandia y además estamos a la cabeza de la tasa de abandono escolar en Europa. Esta comparación, por sí misma, sin otros parámetros evaluados, no es significativa. Pero lo cierto es que el rendimiento obtenido con nuestros escolares está muy por debajo del tiempo, la dedicación y los recursos invertidos.
Nuestros alumnos pasan seis horas en el colegio y el tiempo libre de la tarde, prioritariamente, debería tener una finalidad más lúdica y personal sin descuidar el interés por ampliar conocimientos. Todo ello, sin pretender uniformidad. Los alumnos en edad escolar, según el curso y grado de madurez que posean, presentan necesidades diferentes que deben satisfacer. Por ello, entendemos que obligatoria debería ser la asistencia y participación en el centro escolar y más flexible, creativo y voluntario el trabajo en casa con las denominadas “tareas”.
En este sentido, los padres, dependiendo de su situación personal, tampoco se definen ante el dilema de deberes sí o deberes no. Para unos, después del trabajo diario, supone un gravoso esfuerzo añadido el repaso de las tareas de sus hijos. Otros, en cambio, demandarían más carga de actividad para mantener al hijo alejado del juego y del televisor. Esta tarea es competencia de la responsabilidad educativa de los padres. Los profesores tienen su parcela de influencia directa en el centro escolar. A los padres les corresponde en casa la adecuada programación extraescolar para sus hijos. Los hábitos se adquieren mediante la repetición de actos y, en muchos casos, con el ejemplo recibido.
Buscar la armonía entre el descanso, el juego, el trabajo personal, la investigación, sería una buena respuesta para hacer complementaria la misión escolar y la familiar. No es deseable que la actividad de una, invada y desestabilice a la otra. Tanto los padres, con sus condiciones familiares y laborales concretas, como los profesores con sus programaciones académicas, deben contribuir al crecimiento armónico del hijo y del alumno. Para ello las “tareas” deben ser gratificantes y flexibles, nunca gravosas.
Francisco Vírseda García y Joaquín Moreno Cejuela