Son muchos los padres que dan la nota cuando reciben el boletín de notas de sus hijos con resultados negativos. Lo que debería ser una ocasión para dialogar con ellos (para educar) se convierte en una bronca sobresaliente, en un sermón en toda regla o en una retahíla de amenazas y ultimátums.
En esta asignatura el suspenso hay que ponérselo a los padres. El boletín de calificaciones es un documento que hay que saber interpretar: se trata de una radiografía de nuestro hijo o hija y, como tal, debemos mirarla a contraluz, leer entre líneas y descifrar su contenido. No ha de ser el fulcro que todo lo sostiene, la manía obsesiva, el fin que justifica los medios, sino algo así como un final de partida cuando se ponen las cartas boca arriba. Hayan sido buenas o malas, el comentario de las notas debe ser una oportunidad para educar.
Para no dar la nota cuando recibimos las notas de nuestros hijos, deberíamos:
Buscar soluciones. Ante un “desastre académico” hay que pararse a analizar los posibles motivos, causas y circunstancias que han podido influir en los resultados. No se trata de buscar culpables, sino más bien de proponer soluciones. Quizá haya que poner un refuerzo o reestructurar horarios, tal vez se tenga que enfocar el estudio de otra manera o poner más codos, etc.
Analizar dónde falla. En las calificaciones académicas influyen muchos factores, como el rendimiento intelectual, el perfil aptitudinal (sus capacidades), la base académica, sus actitudes, su esfuerzo, las técnicas de estudio y de trabajo intelectual, las posibles lagunas, su carácter,… No debemos menospreciar ninguno porque mucho esfuerzo sin buena base puede ser baldío y, al revés, un buen perfil intelectual sin trabajo puede malbaratar un expediente.
No provocarle ansiedad. En muchas ocasiones nuestro nerviosismo, nuestras salidas de tono o nuestra propia preocupación hacen mella en su equilibrio emocional. Decirle cosas como “qué disgusto me has dado”, “con estas notas haces el ridículo”, “así no vas a llegar a ninguna parte”… pueden hundirle más de lo que está. No se trata de tomarse las notas a la ligera, pero hay que tener en consideración que él o ella es, aunque lo quiera disimular, quien más sufre.
Enfocar la cuestión en positivo y demostrarle nuestra confianza. Eso no quita que le hagamos reflexionar sobre lo mal que han ido las cosas; no obstante, es muy importante que vea una salida posible y que lo haga con optimismo.
Interesarnos por todo lo que hace, no solo por las notas. No podemos centrarlo todo en las calificaciones. La educación debe ser integral; todos los aspectos son importantes: aficiones, amigos, preocupaciones, metas…
Escucharle. Quizá la entrega de notas sea una buena ocasión para escucharle, para oír lo que siente, lo que piensa, cómo ve el futuro, qué espera de nosotros…
Nunca compararle con otros. Aunque él mismo se compare con sus compañeros (sobre todo con los que han sacado peores notas), no debemos nosotros darle la vuelta y compararle con los “buenos estudiantes”. En todo caso le compararemos consigo mismo en otras situaciones.
Ser realistas. No le podemos pedir más de lo que puede dar. Para ello debemos conocerle bien en todos los aspectos y saber hasta dónde le podemos exigir. Si sabemos que puede, debemos convencerle de sus posibilidades y animarle a que dé el cambio. Nosotros estamos para ayudarle.
El boletín de notas dice mucho de un hijo, pero no lo dice todo. Él o ella es mucho más que un boletín de notas.