Creer en Dios ¿es algo razonable?

El 12 de septiembre de 2006, con motivo de una celebración eucarística en Ratisbona, Benedicto XVI pronunció una hermosa y reflexiva homilía que, como sencillo homenaje, nos permitimos glosar, centrándonos en la pregunta que el Papa planteaba y a la que daba respuesta: creer en Dios, ¿es algo razonable?

Fuente: Observtorio de Bioética de la UCV.

Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional[1].

¿Qué cambió en la Ilustración?

Desde los tiempos de Kant y Laplace, en los que el universo conocido estaba circunscrito a nuestro sistema solar, ha existido una importante tendencia hacia el materialismo por parte de la comunidad científica.

En aquellos momentos se consideraba que el universo era estático y que existía eternamente. Laplace estaba convencido de que todos, absolutamente todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el comportamiento humano, obedecían a lasVista previa de los cambios (abre en una nueva pestaña) leyes de Newton y podían explicarse y predecirse a partir de ellas. Y Kant propugnó que el universo no podía considerarse un objeto ordinario, por lo que no cabría preguntarse por su causa, pues la categoría de causalidad no se puede aplicar a algo que no es objeto de nuestra experiencia. Un universo estático, eterno y sin causa alimentó el pensamiento materialista.

¿Cabe hoy pensar en un universo sin Dios?

Evidentemente, las ideas sobre el cosmos que se tenían en la Ilustración han sido superadas: la teoría del Big Bang de un universo en expansión con un comienzo hace 13.800 millones de años invalida las bases del pensamiento de aquella época.

Pero muchos mantienen una y otra vez las ideas que parten de la materia como única causa de nuestra realidad, y por ello debemos plantearnos, a la luz de lo que la ciencia nos informa, las alternativas que se nos presentan.

Como premisa cabe afirmar que la ciencia por sí misma no puede demostrar la existencia o inexistencia de un Creador, ya que está restringida al estudio de las propiedades de nuestro universo, pero sí que puede aportar las bases para el razonamiento filosófico.

Procede por tanto repasar lo que conocemos científicamente sobre el universo y verificar a la luz de ello si es o no razonable la idea de Dios.

El universo según la concepción teísta o la concepción materialista[2]

Como punto de partida, el pensamiento teísta afirma que la inteligencia no es sólo un atributo particular del hombre, sino que este atributo constituye el reflejo de una mente fundante de la naturaleza; por el contrario, el pensamiento materialista sostiene que la materia inerte constituye la realidad fundamental, de la que la inteligencia es tan sólo un derivado.

De acuerdo con ello, podemos deducir tres rasgos contrapuestos que caracterizan el universo. Según el pensamiento teísta el primero sería que el cosmos puede concebirse como un objeto (es decir, como una entidad causada); el segundo, que el cosmos es racional, como consecuencia de ser producto de la razón divina; y el tercer rasgo, que en el universo hay finalidad y uno de los fines es la generación de seres inteligentes, capaces de conocer a Dios y relacionarse, en cierto modo, con Él. Por el contrario, de la idea materialista se derivan los rasgos opuestos: el cosmos no puede concebirse como un objeto; la racionalidad del cosmos es aparente, o debe ser considerada un hecho bruto; el cosmos no persigue ningún fin.

Lo que sabemos del universo

La forma en que entendemos el universo descansa en nuestra comprensión de sus leyes físicas. En particular de las dos grandes teorías forjadas en los últimos cien años: la de la relatividad, que describe el comportamiento de la gravedad a escala cósmica y define la estructura espaciotemporal del cosmos; y el modelo estándar de partículas, que recoge todo el conocimiento que tenemos sobre cómo actúa la materia en sus niveles más elementales.

La historia del universo se puede decir que es una historia térmica: nace como una gran concentración de energía a una enorme temperatura que se va expandiendo y enfriando, dando lugar a los diferentes cambios de energía a materia. De todo este proceso que se inició hace 13.800 millones de años podemos destacar varias características:

  • Todos los procesos de transformación de la energía y la materia que se producen están descritos por las ecuaciones que la ciencia ha ido desarrollando desde principios del siglo XX.
  • A los tres minutos del Big Bang ya estaba generada toda la materia del universo, aunque solamente en forma de iones de hidrógeno y algo de helio.
  • A los 300.000 años se forman los átomos de hidrógeno y helio y se liberan los fotones.
  • Las estrellas nacen, tienen un determinado período de vida y mueren cuando consumen el combustible para las reacciones de fusión nuclear.
  • Estas reacciones nucleares van produciendo los diferentes elementos de la tabla periódica que conocemos. Las estrellas de mayor tamaño mueren provocando una gran explosión que vierte todos sus materiales al espacio.
  • Los materiales que existen en el espacio, sujetos permanentemente a la acción de la gravedad, vuelven a concentrarse, originándose así nuevas generaciones de estrellas y galaxias.
  • A los 9.200 millones de años, después de que varias generacionesde estrellas se hayan formado y hayan desaparecido, de los restos de explosiones de supernovas se formó nuestro Sol y poco después la Tierra y los demás planetas.
  • Hace, pues, 4.600 millones de años que se formó la Tierra; 3.800 millones desde que se originó la primera célula; 700 millones del primer organismo multicelular y tan sólo hace 100.000 años aparece el homo sapiens.

¿Se satisfacen los rasgos que determina el pensamiento teísta?

Vemos que el universo es un sistema evolutivo, que responde a unas leyes que, en términos generales, conocemos. También que el ser inteligente es el producto de una evolución que comienza en el instante del Big Bang. Para llegar al ser humano han tenido que ocurrir todas las fases de la evolución del universo: crearse la materia, los átomos de hidrógeno, las estrellas, todos los elementos de la tabla periódica, el sistema solar, la Tierra, la vida en su forma unicelular y después toda la evolución de la vida en la Tierra hasta llegar a nosotros. Cada átomo de carbono que hay dentro de nuestro cuerpo ha estado antes en alguna estrella.

La filosofía aristotélica concluye que un objeto debe presentar tres características: estar determinado, constituir una unidad y ser independiente. El universo cumple con estos tres rasgos, por lo que debe ser considerado un objeto de nuestro conocimiento. Está determinado, ya que representa una totalidad dotada de una estructura esencial, un movimiento concreto y unos rasgos esenciales definidos por las ecuaciones y parámetros cosmológicos. Constituye una unidad, pues todos los componentes del universo están dotados de un movimiento común. Y es independiente, al constituir un sistema completamente cerrado sin entorno que pueda influir en él.

Además, la descripción del universo nos revela una gran racionalidad. De hecho, la ciencia se basa en la presunción de que el universo es totalmente racional y lógico en todos sus niveles.

Por tanto, el conocimiento científico actual del universo nos permite caracterizarlo como un objeto, lo que exige preguntarse por su causa, y descubre en él una gran racionalidad, acercándonos a los dos primeros rasgos que definen el cosmos teísta, de acuerdo con el esquema trazado anteriormente.

 “Una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo” (Benedicto XVI)

Ante el debilitamiento de los argumentos materialistas tradicionales, algunos científicos han buscado nuevos argumentos, tratando de demostrar la ausencia de un Creador. El período inicial del Big Bang, que tiene una singular importancia en cosmología, se conoce como el tiempo de Planck. Este intervalo de tiempo, sorprendentemente pequeño, es de 10-43 segundos. Después de este tiempo, la relatividad general puede usarse para describir la interacción de la materia y la radiación con el espacio. En el período de Planck no tenemos una teoría para describir el universo. Para poder analizar lo que ocurrió durante este intervalo necesitamos una idea que incorpore los conceptos de física cuántica y relatividad general en una teoría unificada, que hasta este momento se muestra elusiva. De forma que, por ahora, la ciencia no nos informa de por qué hubo una gran explosión o qué pudo haber existido antes. Pero ello no es óbice para que repetidamente se hayan anunciado diferentes formas en las que el universo hubiera podido generarse de la “nada” sin el concurso de un Creador. Para poner en su contexto estas afirmaciones hay que explicar que con ello se refieren a teorías que parten del vacío cuántico, en el cual se dan permanentemente fluctuaciones en el valor de la energía; y, partiendo de este hecho, se han desarrollado teorías que afirman que, si una de estas fluctuaciones es inestable, puede crecer mucho, como una pompa de jabón que se infla. La energía permanece cero en promedio debido a una equilibrada interacción entre la energía positiva de la materia y la energía negativa de la gravedad atractiva. Con ello se afirma que el universo emergió del vacío cuántico. Pero, como es sabido, el vacío cuántico no tiene nada que ver con la nada absoluta, pues en él están presentes la energía, el espacio, el tiempo y las leyes de la naturaleza. Lo que implican estas teorías son transformaciones de energía o materia, que es lo único que la física puede explicar, y que, en el caso de que fueran ciertas, constituirían una de las fases en la evolución del universo.

La cosmología del siglo XX nos depara más sorpresas

Podemos expresar las leyes de la naturaleza mediante un conjunto de ecuaciones que contienen un determinado número de constantes; estas ecuaciones nos permiten hacer cálculos muy precisos de los fenómenos físicos más elementales, cálculos que están confirmados por evidencia experimental. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, la ciencia ha revelado gradualmente una lección impactante: comenzamos a percibir que existe un “ajuste fino” absolutamente preciso de muchas de las constantes de la naturaleza y de las condiciones iniciales del universo en orden a la producción de vida.

Este importante descubrimiento tiene su punto de partida en 1953, cuando Fred Hoyle se pregunta cómo se ha podido producir el carbono en el universo, tan necesario para la existencia de vida. En las etapas iniciales posteriores al Big Bang sólo se produjeron hidrógeno y helio, por lo que la formación del resto de elementos debía tener lugar en las estrellas, una vez constituidas estas. Hoyle observó que podía existir una reacción nuclear en particular, el proceso triple alfa, que generaba carbono, pero con un grave problema: el núcleo de berilio, que interviene en el proceso, se descompone en una milbillonésima de segundo en dos partículas alfa. Por ello, se requeriría que el núcleo de carbono tuviera un nivel excitado de energía muy específico para que funcione. La gran cantidad de carbono en el universo, que hace posible que existan formas de vida basadas en este elemento, le impulsó a pensar que esta reacción nuclear debía funcionar a pesar de que se trataba de un nivel de energía en el núcleo de carbono que era desconocido. La existencia de vida le llevó a esta predicción, tomada por los especialistas con escepticismo, pero que finalmente se confirmó experimentalmente. Se demostró que la existencia de vida en el universo es posible gracias a un preciso nivel de energía en el átomo del carbono. Un nivel tal que, si se desviase una cienmilésima parte de su valor, la reacción no tendría lugar, el carbono no se produciría en las estrellas y el universo no podría evolucionar creando los demás elementos de la tabla periódica. El universo habría permanecido como una acumulación de átomos de hidrógeno y helio sin ninguna posibilidad de vida.

A continuación de este descubrimiento hemos ido conociendo que todas las constantes que incorporan el complejo conjunto de leyes físicas que definen el cosmos poseen valores infinitesimalmente específicos y que, si se produjera la más mínima desviación en cualquiera de estos valores, el universo tal como lo conocemos no podría existir, y mucho menos sustentar la vida. En palabras de Steven Weinberg: “…qué sorprendente es que las leyes de la naturaleza y las condiciones iniciales del universo permitan la existencia de seres que pudieran observarlo. La vida tal como la conocemos sería imposible si cualquiera de las diversas cantidades físicas tuviera valores ligeramente diferentes”[3].

Una vez más se buscan explicaciones al margen de la intervención de un Dios Creador

La probabilidad de que un ajuste de esta naturaleza se deba al azar escapa a nuestro entendimiento. Pero, desde la perspectiva materialista, una vez más, se ha tratado de dar una explicación a este hecho y se han propuesto diferentes interpretaciones. La que más adeptos tiene es la idea del multiverso, según la cual nuestro universo no es más que uno entre los innumerables existentes, cada uno de los cuales está controlado por diferentes parámetros en las leyes de la naturaleza. A esta idea se llega mediante varios modelos científicos diferentes, la llamada teoría de cuerdas o diferentes modelos que utilizan la idea de la inflación. Así se argumenta que, si hay billones y billones de otros universos, el hecho de que el nuestro haya dado con la combinación correcta de leyes finamente ajustadas no sería tan especial. La humanidad podría considerarse un accidente relegado al azar.

Como se ve, la cosmovisión materialista defiende su postura a costa de aceptar un escenario de infinitas entidades no observadas, y potencialmente no observables, yendo más allá de la ciencia a una metafísica altamente especulativa. Además, incluso si los modelos del multiverso son correctos, ello no eliminaría el ajuste fino, ya que todas estas teorías requieren que ciertos parámetros tomen valores particularmente precisos.

Las cuentas sobre el hombre y sobre el universo sólo cuadran teniendo en cuenta a Dios

Las evidencias alcanzadas por la cosmología que muestran un universo con un origen temporal, una gran racionalidad y un preciso ajuste para la vida responden a la lógica de un universo creado por Dios. Esto es precisamente lo que el Papa Benedicto nos transmite en su homilía: “Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran[4]. Y esto mismo es lo que estaba debatiendo en su interior, precisamente en torno al año 2006, Antony Flew, el filósofo que había sido durante cincuenta años adalid del ateísmo, sobre el que había desarrollado una completa exposición sistemática, original e influyente. Un año después publicaría su libro Existe Dios donde hace una reflexión sobre todas estas evidencias que nos aporta la cosmología, que le llevaron a abandonar el ateísmo y a concluir que “mi descubrimiento de lo divino ha sido una peregrinación de la razón”[5].