Crecer en felicidad, un libro donde, en un profundo diálogo entre padre e hija, va desgranando las diferentes formas que puede adoptar la felicidad a lo largo de la vida y, a través de anécdotas, cuentos, películas, fábulas, poemas, lecturas compartidas, descubre qué hay que hacer para que esa semilla preciosa que llevamos en nuestro interior germine cada día. He aquí el comienzo del libro:
Las petunias y la ecografía
Cuando eras pequeña, no sé si te acordarás, sembramos petunias en el patio de la casa de los abuelos. Preparamos juntos la tierra, un trozo que quedaba libre más allá de la higuera, y fuimos a la tienda a comprar un sobre de semillas. “¡Queremos petunias!”, dijiste tú cuando nos atendieron. La dependienta sonrió, fue a un cajón y comenzó a buscar el sobre como un disco de vinilo en una tienda de oportunidades. Recuerdo que te lo dio y que tú, al ver el dibujo, exclamaste: “¡Qué bonitas!”.
Esparcimos las semillas y regamos la tierra. “El abuelo las regará cada día y cuando volvamos en verano estarán así”, te dije señalando el dibujo del sobre. Tú te lo guardaste como se guarda la foto de un ser querido.
La naturaleza cumplió su compromiso y, cuando regresamos en verano, aquel rincón del patio estaba lleno de petunias. Eran violetas y blancas, exactamente igual que en la foto del sobre que guardabas en el bolsillo. Las acariciaste con la mano y ellas, agradecidas, te iluminaron la cara. Tú las regabas cada día.
En otoño te dimos la noticia de que ibas a tener un hermanito. Te enseñamos la ecografía y te la guardaste como lo hiciste con el sobre vacío de las semillas de petunias. Cuando lo viste por primera vez en la maternidad, le acariciaste la cara y él iluminó la tuya. Llevabas la ecografía en la mano y me dijiste en voz muy baja: “No se parece”.
Intenté explicarte que esa foto era una ecografía, un sistema muy sofisticado capaz de hacer una fotografía de algo que no se ve. No sé si me entendiste ni si me supe explicar, pero daba igual: tú preferiste contemplar a tu hermano.
Cada ser humano es una novedad radical. Puede que se parezca a alguien, que haya sacado los mismos ojos que la madre, el carácter del padre o la forma de hablar de la abuela. Sin embargo, nos resulta imposible hacer una previsión exacta de lo que va a ser. La genética nos puede facilitar un esquema, una foto borrosa como la de una ecografía, pero nada más.
En cambio, el sobrecito de las semillas de petunias nos dice exactamente cómo serán las flores cuando crezcan. Puede ocurrir que las semillas se hielen o que no germinen por cualquier otro motivo, pero, si lo hacen, salen igual que en la foto. Porque todas las petunias son iguales, están determinadas a ser de una misma manera.
Cada petunia repite con exactitud la forma de ser de las petunias. No ocurre así en el caso del ser humano: cada persona debe “inventar” la humanidad y hacerlo a su manera. Por eso, todas las petunias son iguales, y por eso, cada persona es diferente.
Nadie puede hacer una previsión exacta de cómo será un recién nacido cuando crezca. No hay un destino escrito, sino una historia por escribir. No estamos determinados, no respondemos a las exigencias del destino como si siguiéramos el guión de una película. No, nuestra vida la vamos haciendo nosotros, paso a paso, conforme la vamos viviendo: somos nosotros los guionistas y los actores principales.
Bien es verdad que nos limita la biología; sin embargo, estamos abiertos a un sinfín de posibilidades que la genética no puede imaginar. Esta apertura radical, este exceso de energía es lo que llamamos espiritualidad. La naturaleza nos ha dejado inacabados para que podamos “inventar” la humanidad. En esa “invención” de la humanidad la persona no está sola: cuenta con los demás, con una tradición que le va señalando el camino. No obstante, la humanidad depende de ella, porque si cada persona dejara de cumplir su cometido la humanidad dejaría de existir.
Sobre cada uno de nosotros recae la responsabilidad de rehacer la humanidad. Podemos acertar o fracasar en el intento. En ello nos va algo más importante que la vida: nuestra propia felicidad.
Las petunias te hicieron feliz cuando las viste iguales que en la foto, pero ellas no son felices. Se limitan a repetir un estereotipo, a confirmar la biología: a nacer, a crecer, a morir. Su recompensa se reduce a ser tan hermosas como lo son y lo serán siempre. Tú, a diferencia de las petunias, puedes ser feliz y crecer en felicidad.