En una entrada anterior con este mismo título acababa concluyendo que las empresas deben rendirse a la compliance, pero no pueden quedarse en ella: han de trabajar también con la ética. Permítame el lector que añada algunas consideraciones adicionales, a propósito de por qué hay que trabar con ambas a la vez, no separarlas, ni siquiera sumarlas.
La compliance es, como ya dije en esa entrada anterior, aceptar lo que se nos da desde fuera, desde las instancias legales. La ética supone dialogar, porque no se trata de aceptar, sino de entender, y de generar objetivos y medios propios. Esto no convierte la ética en algo relativo, pero entiende que las prohibiciones no son la mejor manera de aprender a hacer las cosas bien. Y si empiezas con las prohibiciones, luego has de dar las razones.
La compliance adelanta principalmente por dos vías: una, externa, los cambios legales y regulatorios, que imponen nuevas obligaciones, y otra, interna, que son los mecanismos de control y mejora continua. La ética avanza por los mismos medios, más otro: los aprendizajes morales, que hacen que las personas sean cada vez más conscientes de lo que pueden y deben hacer o de lo que no pueden ni deben hacer.
Una consecuencia de esto es que la compliance deja poco margen para la iniciativa de los empleados, mientras que la ética la necesita y la promueve; si no, no hay avance.
La compliance se entiende como una limitación al beneficio: hay cosas que no puedes hacer, a pesar de que serían rentables. La ética amplía los objetivos más allá del beneficio; lo incluye, pero va más allá, porque piensa en las personas y en el futuro, en la coherencia.
La compliance, ya lo dije en la entrada anterior, toma las normas como son; a lo más, busca los agujeros que dejan para hacer algo en el límite, pero dentro del límite. La ética aplica las normas a cada caso, y las juzga. Otra cosa es que puedas actuar contra la norma cuando esta se ha vuelto injusta o claramente dañina, pero aquí será la compliance la que se imponga, no la ética: has de pagar el impuesto injusto porque la ley lo manda, no porque la ética lo apruebe.
La compliance se aprende por el estudio de las normas, principalmente. La ética, también por el estudio (hay que saber qué es ético y qué no lo es, por qué lo es, y cómo se aplica), pero también por la práctica. La ética no exige ejercicios extraordinarios, sino, simplemente, hacer (bien) lo que hay que hacer, aquí y ahora. Que no es poco, pero que está al alcance de todos.
La compliance excluye alternativas. La ética abre el discurso. Cuando entra el director de compliance, hay que hacerle caso. Cuando entra el director de ética, hay que ponerse a pensar.
La compliance pone énfasis en el control, la disciplina, la monitorización, los premios y los castigos. La ética, en la responsabilidad, la profesionalidad y el servicio.
La compliance contiene siempre un elemento de desconfianza en el empleado: como hacéis las cosas mal, tenemos que imponer controles. La ética le da confianza, le hace participar, cuenta con él.
Ya lo dije: la ética va más lejos que la compliance. No la excluye, pero va más lejos que ella. No es menos exigente, pero es más humana, más abierta, más dialogante. Si tus vendedores pagan comisiones ilícitas a los directores de compras de tus clientes, la compliance les tira la caballería encima. La ética les dice que la caballería entrará en escena, claro, pero les pregunta por qué lo hacen, qué les obliga o les mueve a esto, si esto daña a sus colegas o no, si les gustaría que eso se conociese, cómo se lo explicarían a sus hijos…
Decididamente, compliance más ética.
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.