Familia actual.-Recordamos con un cariño especial un curso sobre adolescencia que impartimos en Pamplona. En la primera jornada tratamos sobre las claves de la comunicación entre padres e hijos y, como es natural, hablamos de la necesidad del optimismo, una actitud irrenunciable en la familia, sin la cual, simplemente, resulta imposible educar.
Durante el coloquio, una persona manifestó su preocupación porque ella no era muy optimista, al contrario, le costaba mucho tomarse las cosas con buen humor y se enfadaba con demasiada frecuencia. Le hicimos ver que era esencial que se esforzara por cambiar de actitud y que eso iba a repercutir directamente en la educación de sus hijos. Ella lo entendía perfectamente y compartía la idea, pero insistía en que era de natural pesimista y que le suponía un esfuerzo enorme echarle humor a las situaciones cotidianas de su familia.
Lo que planteaba esa persona no era la conveniencia del optimismo en la educación, eso lo tenía muy claro, sino qué podía hacer para convertir su casa en un lugar alegre, para tomarse las cosas con optimismo, para recibir los cientos de conflictos que van anejos a los hijos con una sonrisa, para tener, en fin, esa actitud positiva tan decisiva en la vida de una familia. “¿Qué puedo hacer para cambiar de actitud?”, seguía preguntando con insistencia.
Como tenemos tan claro que no se puede educar sin optimismo, que la alegría, el buen humor, la ilusión, son los ingredientes básicos, Pilar respondió, un poco con humor, un poco con verdad: “Si es necesario, puedes comprarte unas castañuelas”. Todos reímos, pero quedó justificado que todo esfuerzo es poco para mantener el optimismo, que por cambiar de actitud bien vale la pena incluso ponerse unas castañuelas.
Lógicamente, lo que Pilar proponía no era colocarse entre los dedos tal instrumento de percusión y comenzar a picarlo cuando uno llega a casa, en mitad de la cena o cuando estalla un conflicto doméstico, sino que instaba a los padres a esforzarse al máximo para estar, especialmente en casa, “como unas castañuelas”, una expresión sinónima de estar muy alegre, de ser optimista.
El optimismo es imprescindible: hace que la balanza nunca se incline por el peso de los problemas, que aparecen sin avisar, ni de los grandes y pequeños conflictos que salpican la convivencia diaria, ni de las malas rachas, que las hay y, a veces, duran demasiado, ni de los mil quebraderos de cabeza, esos que sólo conocen los que son padres. Porque el optimismo es una fuerza que desafía la ley de la gravedad y nos impulsa hacia arriba.
El optimismo nos da la fuerza suficiente para resistir los avatares que conlleva ser padres. Nos hace convertir los problemas en oportunidades, los fracasos en peldaños hacia el éxito, las equivocaciones en aprendizaje. No nos permite mirar atrás, sino siempre hacia delante, porque educar a nuestros hijos tiene que ver con el futuro, con el suyo y el nuestro. Los padres no nos podemos permitir el lujo de ser pesimistas, por muy graves que sea los problemas, lo serán más si nos dejamos vencer por el pesimismo. El optimismo no es un placebo, sino una actitud que cura más que todas las medicinas.
El último día del curso hubo una sorpresa: los organizadores habían comprado castañuelas para todos los asistentes con esta inscripción: Keep smiling. Salimos todos con unas castañuelas y como unas castañuelas. Gracias.