Cómo criar a niños y adolescentes autónomos

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Martina Ares Ferreirós, Universidade de Vigo

La educación tiene como uno de sus pilares fundamentales el desarrollo de la autonomía personal. Un niño o niña autónomo es aquel que, dentro de las capacidades esperadas para su edad y contexto sociocultural, puede realizar por sí mismo tareas y actividades propias de su vida diaria, así como desarrollar la capacidad de pensar críticamente.

Por el contrario, un niño o niña con baja autonomía se caracteriza por ser dependiente, requiriendo ayuda constante, mostrando poca iniciativa y, en ocasiones, viviendo bajo una sobreprotección excesiva. La falta de hábitos de autonomía puede afectar negativamente el aprendizaje y las relaciones sociales.

A medida que un niño o niña progresa en su autonomía, también lo hace en su capacidad de aprendizaje y en sus relaciones con los demás.

Estilos de crianza

El núcleo familiar es el primer escenario donde los niños comienzan su viaje hacia la interacción social. Es en este entorno cálido y familiar donde encuentran sus primeros modelos de aprendizaje, comienzan a desarrollar sus habilidades sociales y capacidades, y establecen vínculos socioemocionales que les brindarán la seguridad necesaria para desenvolverse en el mundo. Sin embargo, la familia no es el único actor en la formación del individuo. El sistema educativo y el entorno social también juegan un papel crucial en la socialización de los niños.

La familia, como primer espacio de socialización, tiene la responsabilidad de brindar a los niños las herramientas necesarias para desenvolverse con seguridad y autonomía en el mundo que lo rodea. Dentro de los estilos de crianza que se pueden dar en las familias, se ha demostrado que el que mejor desarrolla la autonomía es el democrático.

Este estilo se caracteriza por padres, madres o adultos de referencia con autoridad, pero no autoritarios. Ser un padre o madre democrático significa ser capaz de establecer límites claros y razonables y de explicar las razones detrás de esos límites. En estas familias, los progenitores animan a sus hijos e hijas a participar en la toma de decisiones y a expresar sus opiniones a través del diálogo, la negociación y el respeto mutuo.

Los estilos parentales autoritarios o centrados en el control pueden tener efectos negativos en la autonomía, mientras que los estilos más próximos a una parentalidad positiva suelen promover un proceso fluido de desarrollo de la autonomía personal.

Seis claves para criar a niños y niñas más autónomos

La infancia es una etapa crucial en el desarrollo de la autonomía. Los niños y niñas que aprenden a ser independientes desde pequeños estarán mejor preparados para afrontar los retos de la vida adulta. Desde casa, podemos favorecer esta independencia si:

  1. Asignamos responsabilidades: encomendamos a nuestros hijos tareas acorde a su edad y capacidad. Podemos empezar con pequeñas acciones como ordenar sus juguetes, hacer su cama o preparar su mochila para el colegio. A medida que vayan creciendo, podemos aumentar la complejidad de las tareas.
  2. Alimentamos la autoconfianza y confíamos en sus capacidades, demostrándole que creemos en ellos y en sus habilidades. Elogiemos sus logros, por pequeños que sean. Animémosles a seguir intentándolo incluso si cometen errores.
  3. Ofrecemos herramientas y recursos que necesitan para realizar sus tareas. Podemos enseñarles cómo hacerlo paso a paso y con paciencia, y no preocuparnos si no lo hacen perfecto, lo importante es que aprendan y se esfuercen.
  4. Les motivamos para la exploración, dejándoles que experimente por sí mismos y que investiguen sin miedo al fracaso, ya que es parte del aprendizaje. Podemos también animarles a probar cosas nuevas.
  5. Establecemos límites claros y consistentes. Esto les ayudará a comprender las normas y a tomar decisiones responsables. Debemos explicar las razones de las normas y asegurarnos de que las comprenden.
  6. Les permitimos tomar decisiones, ayudándoles en el proceso limitando las opciones. Por ejemplo, dejarles escoger su ropa. Podemos ofrecerles dos o tres opciones y que escojan la que prefieran.

La autonomía en la adolescencia

La adolescencia no puede ser entendida como una etapa independiente. Es el momento en el que todo aquello que los niños han ido aprendiendo durante las etapas anteriores se pone en práctica. La autonomía es una de esas habilidades más relevantes en esta etapa pues el adolescente exige un aumento de autonomía frente a la etapa anterior.

Fomentar la autonomía en adolescentes que presentan comportamientos desafiantes puede ser un reto, pero es importante para su desarrollo personal. Algunos de los consejos para lograrlo son:

  1. Mantener una comunicación abierta, dialogar con los adolescentes sobre sus intereses, preocupaciones y necesidades. Es importante que escuchemos con atención y sin juzgar. Podemos expresar nuestro punto de vista, de forma tranquila y respetuosa, aunque no estemos de acuerdo, pero es mejor evitar sermones o críticas. Es importante buscar el momento adecuado, aquel en el que el adolescente esté relajado y receptivo. Debemos comportarnos como adultos y saber que no se trata de dejarlo pasar sino de buscar la situación más propicia para hablarlo.
  2. Establecer límites claros, consistentes y consensuados. Es importante evitar castigos arbitrarios o excesivos.
  3. Brindar oportunidades para que puedan tomar decisiones, aunque estas no sean las que nosotros tomaríamos. Podemos darles apoyo y orientar pero sin imponer. La adolescencia es una etapa de exploración, intentar cosas nuevas y rebelión contra reglas familiares.
  4. Delegar responsabilidades, especialmente aquellas relacionadas con las tareas del hogar. Confiar en que lo pueden hacer, reconociéndolo cuando es así y elogiándoles.
  5. Fomentar la independencia animando a que realicen actividades por su cuenta.
  6. Finalmente, ser pacientes y compresivos. La adolescencia es una etapa de transición y cambio y la clave en para fomentar la autonomía es la confianza y el respeto.

Finalmente recordar que la adolescencia es una etapa de cambios tanto físicos y sociales como psicológicos. Cualquier problema en uno de estos ámbitos va afectar directamente a la relación familiar. Es recomendable acudir a un profesional que nos pueda ayudar en nuestro caso concreto si vemos que la situación no es manejable.

Martina Ares Ferreirós, Profesora en el área de psicología del desarrollo, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.