A las afueras de la ciudad hay una de esas hamburgueserías de una conocida multinacional que ofrecen menús asequibles para comer en sus instalaciones o para llevar. Es un buen lugar para acudir en familia (de vez en cuando), el precio es asequible y la comida suele gustar a los niños. Las instalaciones están muy cuidadas y limpias y gozan de una zona de ocio donde los más pequeños se lo pasan de lo lindo.
Pero al lado del restaurante ha quedado una urbanización a medio acabar (por razón de la crisis), adonde muchas personas, jóvenes por lo general, suelen acudir a comer lo que han comprado en ventanilla. Prefieren hacerlo montados en sus coches o en alguno de los muchos bancos que el contrato municipal exige colocar en todo espacio urbanizado. Por desgracia, los alrededores suelen acumular restos de comida, envases, latas, sobrecitos de Ketchup, mostaza o mayonesa, vasos y servilletas, no por carecer de papeleras, sino por la sencilla razón de que no se usan. El paisaje resulta lamentable: la basura está donde no debería estar, como evidencia de una falta de civismo que surge de la comodidad y de la falta de respeto.
Algunos tildan a este tipo de restaurantes de “comida basura”; sin entrar en valoraciones gastronómicas ni nutricionales, creemos que el nombre tiene algo de verdadero en el sentido de que son establecimientos que generan mucha basura. Por higiene, nada es reutilizable, por ello, dentro del recinto todo está pensado para que los inevitables residuos queden depositados en lugares adecuados. Aunque la idea es americana, rige el concepto griego de la “epimeleia”, del cuidado o ternura por las cosas.
Son restaurantes familiares, en el sentido de que en ellos se puede disfrutar de una agradable comida con los niños de todas las edades. Por si fuera poco, nos dan la opción de hacer que nuestros hijos recojan la mesa y de enseñarles que, aunque hayamos pagado el servicio, no tenemos por qué dejar de ser educados y respetuosos.
No pasa nada si dejamos la bandeja llena de restos sobre la mesa (alguien, que cobra por ello, la recogerá)…, o quizá sí que pasa, porque habremos perdido la oportunidad de hacer de nuestros hijos personas más cívicas y, tal vez, cuando sean un poco más mayores y se lleven el menú en su coche, no dejarán la basura tirada por el suelo, en una urbanización a medio terminar o en las calles de nuestras ciudades, pensando que alguien (que cobra por ello) la recogerá.
A lo largo de estas vacaciones seguramente tendremos muchas oportunidades, en uno de estos restaurantes, quizá con motivo de un cumpleaños o simplemente de una comida familiar, de educar a nuestros hijos en la “epimeleia”. No las desaprovechemos. El cuidado de lo material, la ternura por las cosas es preludio de ese espíritu de finura que educa en silencio.