Coach familiarTodos podemos ser más felices. Pero quizá necesitemos que nos echen una mano, que nos orienten, que nos hagan sacar lo mejor de nosotros mismos, que nos ayuden a explorar y explotar todas nuestras potencialidades, que nos enseñen a despejar miedos, creencias limitantes, ideas autodestructivas, pensamientos irracionales, relaciones tóxicas…, todas esas piedras que nos hacen tropezar y perder el equilibrio personal.
El coach es como el copiloto en un rally. El cliente (no paciente) conduce el coche, toma la iniciativa, frena o acelera, cambia las marchas y lleva el volante, pero recibe las indicaciones del copiloto que conoce bien el mapa, las habilidades del conductor y las curvas del camino. Así, el coach es capaz de ver lo mejor de su piloto y, apoyándose en las fortalezas de este, aplica patrones de eficacia que le permitirán a su cliente despertar y gestionar sus recursos interiores.
En los últimos años ha adquirido vital importancia la figura del coach (entrenador), una persona que, con las técnicas adecuadas, orienta y acompaña el cambio hacia el éxito. Sobradamente conocido es el coach empresarial o ejecutivo, cuya misión es ayudar a un colectivo a sacar lo mejor de sí mismo con la finalidad de ser más productivo. Del mismo modo, ha ido adquiriendo notoriedad el coach personal, quien nos hace sacar lo mejor de nosotros mismos para conseguir el equilibrio interior y, a la postre, la tan ansiada felicidad. Falta un tercer coach, mucho más valioso que los anteriores, una figura emergente y necesaria, que centra su trabajo en la familia.
Por mucho esfuerzo que dediquemos a los individuos o a los colectivos, si desatendemos la familia, todo puede quedar en agua de borrajas. Todos estamos inscritos en una familia, sea del tipo que sea, y hemos comprobado que nuestra salud personal depende en gran medida de la salud de que goce ella. La familia se diferencia de la empresa en que el vínculo que une a sus miembros es el amor, algo que, a la vez que nos enriquece, complica bastante su dinámica interna y su funcionamiento.
En la familia, como decía Joaquín Sabina, “dos no es igual a uno más uno”, interviene algo sublime que nos hace ser personas, no individuos intercambiables. Es una realidad que se parece a una cadena tan fuerte como el más débil de sus eslabones: de nada nos sirve ser nosotros de hierro si uno de los aros es frágil como la seda (quizá las relaciones de pareja, los celos, la relación con los hijos, las tareas del hogar, la falta de comunicación, las pequeñas injusticias, una enfermedad, la comodidad, el desencanto, el trabajo,…).
La familia es dinámica por definición y está sometida a muchos cambios. Es justamente en esos momentos de crisis o inflexión cuando puede ser necesaria la ayuda de un coach: elección de pareja, compromiso, momentos de desorientación, llegada de los hijos, su crianza y educación, vínculos con los abuelos u otros familiares, pérdida de uno de los miembros, nuevas situaciones laborales…, pues la calidad de vida de los individuos depende, más que de otra cosa, de sus relaciones familiares. Por eso, así como muchos profesionales acuden a un coach ejecutivo, del mismo modo, y con mayor motivo, un padre, una madre, un hijo, pueden beneficiarse de la ayuda de un coach familiar.
Gestionar una familia es mucho más difícil y mucho más importante que gestionar una empresa. En la gestión empresarial nos jugamos, principalmente, dinero; en la gestión familiar ponemos en juego un capital que no tiene precio: la felicidad.
Todos podemos ser más felices, pero para ello debemos gestionar bien nuestra familia. El coach familiar nos puede echar una mano.