Argumentos confesionales y racionales en la ética social propuesta por la Iglesia

Profesor Domènec Melé.-Cátedra de Ética empresarial.-IESE
Me parece interesante resaltar y comentar unas palabras del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede, al recibir el Premio Internacional Conde de Barcelona el pasado 25 de septiembre. Se refieren a la ética social propuesta por la Iglesia católica y, aunque el argumento expresado no es nuevo, para muchos sigue siendo ignorado.

El cardenal se refería a “una objeción que se suele hacer, cuando el magisterio de la Iglesia aborda algunas cuestiones tan innegociables como la protección de la vida humana, la familia cimentada en el matrimonio o el derecho inalienable de los padres a la educación religiosa de sus hijos. Rápidamente se descalifican sus propuestas, como si se pretendiera imponer la percepción eclesial a todos los ciudadanos de unas sociedades pluralistas.” En efecto, con frecuencia, se habla de posturas confesionales, cuando no de imposición de la visión católica, o incluso de intromisión de la Iglesia en las tareas legislativas. Los más benévolos conceden a los obispos expresar su opinión, apelando a la libertad de expresión, pero una opinión más en el variopinto mercado de opiniones sin atender a los razonamientos antropológicos y éticos implícitos o explícitos en estas enseñanzas.

El cardenal refutaba esta objeción, afirmando: “en la Iglesia queremos respetar a todas las personas y no tenemos la pretensión de juzgar a quien no comparte nuestra visión. Estamos abiertos a dialogar, pero nuestro servicio a la sociedad y a la verdad nos pide precisamente exponer las razones de nuestras convicciones. Y en este sentido, la Iglesia —como recuerda asiduamente Benedicto XVI— no duda en recurrir a los argumentos de razón en el diálogo con la sociedad. Así lo ha hecho siempre la mejor tradición de la Iglesia que, además de a los contenidos de fe, siempre ha recurrido a los argumentos llamados “de razón”, fundados en el orden natural e inscritos en el corazón humano.”

Si hay argumentos racionales en la voz de la Iglesia en cuestiones éticas, sus enseñanzas no son sólo una postura confesional – propia de quien confiesa una fe religiosa – y, por tanto, no debería ser calificada, ni menos aun descalificada, como una simple opinión religiosa.

La actitud del magisterio de la Iglesia no es imponer preceptos fundamentalistas, sino ofrecer criterios muy sopesados. Son criterios coherentes con la fe cristiana pero, a la vez, muy razonables. Por ello, la Iglesia ofrece diálogo para buscar qué conviene a una buena sociedad. Es, pues, un “dialogo veritativo”. Dialogo, porque es conversación –no enfrentamiento –y veritativo porque tiene como referencia la búsqueda de la verdad.

La Iglesia no pretende intromisiones en las tareas legislativas, en las que caben muchas variantes, sino dar orientación en cuestiones éticas. Una orientación que debería ser valorada, al menos, por la coherencia y rico humanismo de sus enseñanzas y por la necesidad de una democracia fundamentada en sólidos valores.