Hace pocos días releía la magnífica novela de Taylor Caldwell ‘La columna de hierro’. La autora pone en boca de Cicerón las siguientes palabras en el primer discurso que el célebre abogado pronunció ante el Senado de Roma en defensa de un plebeyo al que se acusaba de evasión de impuestos:
Juan Manuel de Toro Martín”Los romanos siempre se impusieron impuestos, desde los primeros días de la República, porque los justos impuestos son necesarios para que todos sobrevivamos. Pero ¿para qué fueron creados estos impuestos? Para pagar soldados que nos protegieran de nuestros enemigos exteriores (hoy, ejército). Para pagar a los guardianes de la ciudad (fuerzas de seguridad). Para establecer tribunales (justicia), pagar los estipendios de los legisladores (diputados), el Senado, los tribunos y los cónsules (gobierno). Para construir los templos y vías necesarias. Para la construcción y mantenimiento de de una red de alcantarillas, así como de acueductos que nos proporcionen la bendición del agua pura (ministerio de fomento). Para crear una organización encargada de la sanidad, que preserve la salud de nuestro pueblo” (ministerio de sanidad).
Y continúa: “Pero esta ley (los impuestos) no fue promulgada para favorecer aventuras exteriores, no para esquilmar a los hombres industriosos a fin de mantener a los holgazanes, los inútiles y los irresponsables que no hacen nada en favor de sus compatriotas y de su país. No fue aprobada para sobornar a una plebe depravada a fin de comprar sus votos, porque cuando nuestros antepasados crearon una civilización en esta tierra, tal gentuza no existía, los cobardes aún no habían nacido, los ladrones no saqueaban nuestro tesoro público, los débiles no iban a gemir a la puerta de los senadores, ni los irresponsables se sentaban perezosamente en las calles ni merodeaban por los campos”…
Y más adelante: “Así que Roma está siendo lenta e implacablemente destruida para favorecer a la gentuza que vive dentro de sus muros… Y todo por votos. La deuda y el despilfarro solo llevan a la desesperación y a la bancarrota. Siempre fue así”.
Terminado el alegato de Cicerón (que solicita el indulto de su defendido en razón a que la ley impositiva, si bien existe y es real, fue concebida en origen con una intención muy distinta a su utilización actual), se levantó el cónsul de turno y dictaminó: Habéis sido liberados no porque seáis víctima de una ley inexistente. Esa ley existe (los impuestos)… Ya he dicho que esa ley no puede ser derogada, pero rectificaré mis propias palabras. Será derogada cuando los romanos, dándose cuenta del peligro en que se encuentran, pidan que sea abolida. Pero, ¡ay!, los pueblos no se dan cuenta de que están en peligro hasta que es demasiado tarde”.
Con mucha probabilidad, estas palabras que pone Taylor en boca de Cicerón sean una adaptación de una parte de su primer alegato como abogado en el proceso denominado “Pro Quinctio”. Pero sean literales o adaptadas, al leer algo así uno se pregunta si es que la historia de la humanidad es siempre repetitiva o, más bien, es que el hombre ha cambiado muy poco en estos últimos dos mil cien años, pues bien podría ocurrir que alguna persona íntegra pronunciase palabras idénticas a las de Cicerón en nuestro Congreso de los Diputados para reflejar la situación actual en nuestro país. ¿O no?
Juan Manuel de Toro Martín. Doctor en Economía y Administración de Empresas por la Universidad de Navarra, Máster en Administración de Empresas por el IESE-Universidad de Navarra y Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.Economía con valores.-El País