Peg Nelson, directora de cuidados paliativos del hospital St Joseph’s Mercy Oakland, en Michigan, lleva más de 15 años cuidando de enfermos terminales. Ha recibido varios premios por su labor, y ha convertido la defensa del sector en “una misión”.
En una entrevista concedida a The Atlantic (16-12-2013), explica cuál debe ser el papel de un enfermero o enfermera de cuidados paliativos. Para ella, más allá de los aspectos estrictamente médicos, el éxito o el fracaso de un tratamiento tiene que ver con la humanidad del personal médico: “nuestro trabajo se parece más al de un entrenador –un buen entrenador– que al de un cirujano”.
Siempre hay algo que puedes hacer: siempre puedes escuchar –de verdad– al paciente y a los familiares; siempre puedes acompañarles físicamente, que es mucho; siempre puedes preocuparte por ellos”. De hecho, “si haces bien tu trabajo, puedes ayudar a la gente a encontrar un significado a su vida y a su muerte, incluso algo bello en todo el proceso”.
Una de las cosas que pueden marcar la diferencia entre un buen y un mal acompañamiento es la preocupación por los detalles. Muchas veces, explica Nelson, lo que más apena al enfermo terminal es no poder satisfacer ciertas “necesidades”, objetivamente de poco calado, pero importantes para el paciente: poder salir a dar un paseo, tomar tal o cual comida. En un artículo escrito para The Atlantic en julio, Peg Nelson contaba como ejemplo la historia de una mujer, Betty Lewis, que sufría un cáncer en fase terminal. Hablando con ella se dio cuenta de que lo que más le dolía de su cercana muerte era no poder ver a su nieto, que nacería en unos meses. Nelson consiguió que trajeran a la futura madre a la misma habitación de Betty, que, a través de una ecografía y un monitor, pudo ver a su nieto.
Estas y otras historias hacen que cuando el entrevistador pregunta a Nelson si se deprime a menudo al tener que tratar situaciones irreversibles, ella responde que “aunque frecuentemente se siente tristeza, también se siente el privilegio de participar en el cariño y el apoyo que se establece entre los miembros de la familia en esos momentos”.
Después de tantos años dedicados a los cuidados paliativos, Nelson conoce de sobra algunos de los falsos prejuicios que habitualmente están en la cabeza de los enfermos y de sus familiares. “Uno es que la muerte siempre va acompañada de sufrimiento físico. Pero, en la mayoría de los casos, podemos aliviar significativamente el dolor y los mareos. Otro problema común es la incomprensión sobre la naturaleza de la enfermedad y su pronóstico. Una de nuestras principales misiones es educar: no podemos hacer que desaparezca la enfermedad, pero sí conseguir que nadie sufra innecesariamente por no comprender la situación. El tercer error es pensar que más vale no hablar de la muerte con la familia. Sin embargo, nosotros mitigamos profundamente el sufrimiento simplemente haciendo que las familias se abran y se digan que se quieren”.