Ponerse un minishort es fácil, pero hacerlo del modo correcto, en el momento oportuno, ante las personas adecuadas y en el lugar propicio, eso no es tan fácil.
Comenzamos parafraseando a Aristóteles por no hacerlo con una pregunta más directa: ¿es adecuado que las chicas vayan a la escuela con esos minipantaloncitos que están tan de moda? La misma cuestión se plantea un reportaje publicado este fin de semana en La Vanguardia, pues es un tema que está en la calle y afecta directamente a muchas familias con hijas adolescentes. “La preocupación hoy latente a la hora de analizar el significado de esta moda es –afirma Cristina Sen, la periodista que firma el reportaje– el de la hipersexualización, el acortamiento de la infancia, el ritmo de maduración de los jóvenes… Esto no significa vincular en términos generales la moda de los minishorts a estos aspectos que analizan psicólogos y sociólogos, pero sí que da pie a plantear si todos sus usos son adecuados, lógicos, sanos”.
Y parece que no lo son, porque nuestro cerebro no es libre para interpretar los estímulos que recibe. Es decir, que contemplar a una mujer vestida de manera sexy como un objeto sexual no es una degeneración del sujeto, sino más bien del objeto, o si se quiere, una degeneración del sujeto generada por el objeto. Porque parece que nuestros cerebros perciben a las mujeres sexys no como personas sino como objetos. Por lo menos eso es lo que pone de manifiesto un reciente trabajo publicado en la revista Psychological Science y firmado por Philippe Bernard y sus colaboradores de la Universidad Libre de Bruselas.
El estudio parte de la base de que el cerebro percibe de diferente manera a las personas y a los objetos. Un objeto, una silla, por ejemplo, es reconocible se presente boca arriba o boca abajo; en cambio, una persona no, o por lo menos, nos cuesta más hacerlo. Asentada esta premisa, se les fue presentando a varias personas en las pantallas de sus ordenadores fotos de hombres y mujeres en ropa interior y en poses sexuales, y algunas fotografías estaban boca abajo. A cada foto le seguía, durante un segundo, una de pantalla en negro e, inmediatamente, aparecían dos imágenes que el sujeto testado tenía que vincular con la que había visto boca abajo.
El resultado fue que mientras los sujetos participantes en el experimento tenían dificultades para identificar a los hombres, a los varones, cuando habían aparecido girados, no tuvieron problema para identificar a las mujeres, lo que demuestra que una imagen de una mujer sexy se asemeja más a la de un objeto que a la de una persona. No resulta, pues, exagerado hablar de cosificación o de mujer objeto, porque cuando nuestro cerebro, tanto masculino como femenino, percibe una mujer en ciertas poses sexuales no la está percibiendo como un ser humano sino como una cosa. El siguiente paso, concluye Philippe Bernard, es estudiar si la forma de ver todas estas imágenes influye en cómo las personas tratan a las mujeres reales.
Da la impresión de que no hace falta ningún experimento para corroborar que las imágenes que nos formamos de las personas influyen en cómo las tratamos. No es, por tanto, una cuestión baladí que nuestras hijas vayan a la escuela en minishort, lleven camisetas minúsculas, tangas a la vista, faldas de poca tela, ropa sexy… porque están provocando una percepción de sí mismas que las convierte en objetos, tanto para los hombres como para las mujeres, pues en el experimento de Bernard coincidieron en sus apreciaciones los sujetos testados de ambos sexos. Y en la realidad ocurre otro tanto, como pone de manifiesto el reportaje citado: “En la universidad hay profesoras (en femenino) que comentan que hay chicas que vienen tan sexys que no se sabe muy bien cómo mirarlas”.
Ponerse un minishort es fácil, pero hacerlo del modo correcto, en el momento oportuno, ante las personas adecuadas y en el lugar propicio, eso no es tan fácil. Lo que puede ser pertinente para ir a la piscina o la playa, no tiene por qué serlo para ir a la escuela. Es algo que debemos explicar a nuestros hijos.Aceprensa.Junio 2012