Diario médico.-Hace algo más de tres décadas, Gonzalo Herranz decidió cambiar la investigación y docencia en Anatomía Patológica para volcarse en la ética médica. Durante cuatro lustros formó parte de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial (OMC), desde donde alentó debates sobre valores y actitudes que han cuajado en las distintas versiones del Código de Ética con que la profesión se autorregula. No hay tema con el que Herranz no se atreva, como revela Desde el corazón de la Medicina, el volumen con que la OMC le rinde homenaje mediante el análisis crítico de los escenarios morales que surgen en el día a día profesional: desde los errores asistenciales a la ética de la huelga, pasando por los derechos humanos de los médicos.
La enseñanza de la ética sigue siendo marginal en las facultades de Medicina, pese a que -como indica Herranz en entrevista con DM- “la ética debería seguir al médico como la sombra al cuerpo. Los auténticos profesores de ética son los médicos de los hospitales clínicos. Es ahí donde los alumnos y los residentes ven la ética médica en acción: los ejemplos y los contraejemplos que les modelan como agentes morales. Si presenciaran muchos buenos ejemplos, cambiarían muchas cosas”.
En los hospitales clínicos los residentes ven los ejemplos y contraejemplos que les modelan como agentes morales”
Esa gestión incorporada de los valores debería combinar, afirma, “la ética del descontento, de la insatisfacción por lo ya alcanzado; y, a la vez, una ética de aspirar a más: es decir, una ética en que la humildad y el afán por hacerlo mejor fueran de la mano. Eso marcaría una diferencia grande en el modo de relacionarse el médico con los enfermos y sus familias, y con sus colegas; y, sobre todo, le prestaría una capacidad multiplicada de responder a las exigencias de la ética real, cotidiana, la de verdad, no la de escenarios y papeles. Me parece que los mayores enemigos de la ética vivida no son los agnósticos o los cínicos que ridiculizan la virtud, sino los satisfechos de su conducta, los que piensan que de ética lo saben y lo practican todo, y que nadie tiene que enseñarles nada”.
A la vez, la ética es una garantía de la independencia de los profesionales respecto a las gerencias. “El sistema prefiere controlar el cumplimiento de tareas que educar en ética; prefiere ofrecer incentivos materiales que fomentar la conciencia y la libertad de los médicos. Hemos visto hace poco el espectáculo de algunos hospitales ingleses arrastrados por la dinámica del incentivo económico: ciertas autoridades del servicio nacional de salud han tentado a los médicos con cebos innobles. Y, por desgracia, algunos respondieron embolsándose esos beneficios marginales a costa de abandonar a sus enfermos”.
Respeto y resiliencia
Cuando a Herranz se le pregunta sobre qué aconsejaría a los estudiantes de Medicina o a los MIR, matiza enseguida que “lo que pudiera decirle a los alumnos que empiezan sería impropio decírselo a los de quinto o sexto año”, pero su conclusión no ofrece espacio para la duda: “Les diría que lo grande de ser médico es respetar profundamente a los pacientes, sentir con convicción honda que los pacientes, todos y cada uno, son lo importante en su trabajo. No se trata sólo del respeto cortés de los buenos modales, sino el respeto ético y antropológico: la veneración por el enfermo es una respuesta plenamente profesional, una fuente de energía ética para el médico”.
El mayor enemigo de la ética vivida es el médico satisfecho de su conducta; aquel que piensa que nadie tiene que enseñarle nada”
En segundo término, recuerda que el entramado de valores y actitudes “sólo se mantiene si uno desarrolla cuanto pueda su capacidad de rebote, de recuperación moral. Todos, con más o menos frecuencia, tenemos altibajos, todos cometemos errores. La solución no viene de abandonarse, de tirar la toalla, de dejarse ir por la cuesta abajo del mínimo esfuerzo, de desmoralizarse y terminar quemados. Viene de recuperarse. Y uno se recupera si reconoce lo que ha hecho mal, analiza la pifia cometida, detecta el porqué y determina cómo no incurrir de nuevo en ella. Es entonces cuando puede pedir perdón a la cara y se tiene derecho a obtenerlo”.
“En el mundo de la educación médica empieza ahora a hablarse de la resiliencia, de la capacidad psicológica de aguantar golpes, de rehacerse tras ellos. Es esa resiliencia una virtud necesaria para la práctica médica, hecha, a su vez, de humildad y fortaleza. La vida moral del médico es una vida de respeto y resiliencia”.
El suicidio asistido
Uno de los ámbitos en los que Herranz ha forjado su trayectoria son las instituciones internacionales, desde la Asociación Médica Mundial y el Comité Permanente de Médicos de la Comunidad Europea a la Academia Pontificia para la Vida o el Comité Internacional de Bioética de la Unesco.
Precisamente una de las novedades jurídicas de rango internacional con repercusiones éticas procede del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que el pasado mayo dictaba una sentencia en la que cambiaba su tradicional oposición a la eutanasia por una nítida apertura a la licitud del suicidio asistido.
Al estudiante de Medicina le diría que lo grande de ser médico es respetar profundamente a los pacientes. La veneración por el enfermo es una fuente de energía ética”
¿Se trata de una tendencia irreversible en una sociedad con cada vez más crónicos, más mayores y más solos? Herranz detecta, “en los últimos años, una tendencia, entre los altos magistrados y tribunales de la Europa continental, a imitar la práctica de los jueces norteamericanos: ahora ya no se limitan, como era tradición, a interpretar sabiamente y con prudencia las leyes escritas emanadas de los legislativos; se proponen ahora a crear derecho nuevo a base de sentencias en nombre de lo que a ellos se les antoja que son ciertas tendencias sociales nuevas e irresistibles”.
Dar entrada al suicidio asistido “sacrifica el principio básico de una sociedad civilizada de respetar la vida de todos sus ciudadanos. El respeto de toda vida humana es un principio innegociable que incorpora la igualdad, el igualitarismo de que todo ser humano es intangible, cualesquiera que sean las circunstancias culturales, étnicas o de salud en que vive cualquier persona”.
Y entraña un fracaso moral de la entera sociedad, añade Herranz: “El que asiste al suicida le está diciendo: tú ya no vales, ya no nos importas, eres para nosotros una carga insoportable. Que un tribunal conceda estatus legal a esa actitud es una regresión deplorable”.
El papel de los colegios
Ante desafíos éticos o asistenciales con impacto social es cuando cobran especial relevancia los colegios de médicos, institución que el profesor honorario de la Universidad de Navarra defiende: “Creo que es necesario que los médicos formen una comunidad moral, es decir, hagan pública profesión de los compromisos éticos que comparten y a los que se comprometen, y proclamen delante de todos la responsabilidad que asumen de exigirse recíprocamente calidad científica y humana en su ejercicio profesional. Ese es el verdadero sentido de la confraternidad profesional, la antípoda del corporativismo”.
Los intereses prioritarios de esta institución “no son laborales o salariales (para eso están los sindicatos), ni tampoco políticos de partido, sino intereses de humanidad, ética y competencia. El colegio existe para ayudar al médico a dar la talla y ganar legítimamente reconocimiento social; para crear un estilo humano de responsabilidad y dignidad profesional”.
No se trata de meras aspiraciones reservadas al universo inaprensible de los ideales. Herranz aprecia “avances sensibles en los últimos años. La organización colegial es una estructura cada vez más democrática, con más fuerza moral, con más autoridad ante la ciudadanía. Empezamos a superar el tiempo de la indiferencia, de los médicos que viven olvidados de su colegio, a los que les da lo mismo que la gobierne Fulano o Mengano, cuando esa indiferencia hacía precaria, casi vegetativa, la existencia de la organización”.
Las comisiones deontológicas deberían “estar más presentes en la vida colegial”, a través de “programas de educación continuada en ética y deontología para los colegiados, o seminarios, permanentes o no, sobre la ética local, de los hospitales y las prácticas enclavados en el territorio colegial”. Pero, sobre todo, “deberían gozar de iniciativa libre para detectar y estudiar los problemas del ejercicio profesional, para oír muchas voces. En algunos colegios forman parte de la comisión de deontología personas que no son médicos. Proceden, sobre todo, del campo jurídico, y eso no está mal. Pero sería bueno oír también la voz de los pacientes y de otros agentes sociales. En los organismos disciplinarios médicos de algunos países europeos, casi la mitad de sus miembros son no-médicos. Es una experiencia digna de consideración”.
La relación con las directivas debe basarse en el respeto mutuo. “Sería absurdo pensar en comisiones independientes de las juntas directivas, o enfrentadas a éstas, para el caso de dictaminar los asuntos que les asignan los estatutos de cada colegio. Eso presupone que su imparcialidad, objetividad y autoridad moral sean respetadas y tenidas en cuenta por los directivos. Pienso, sin embargo, que para las tareas de iniciativa propia, para funcionar como conciencia ética del colegio, una robusta independencia es necesaria”.
El gran perdedor
¿Es el embrión humano -y el feto- el gran perdedor del debate ético y la legislación de las últimas décadas? “Sí. El embrión ha sido víctima de su indefensión”, responde Gonzalo Herranz. “Cuando se discutieron las leyes de reproducción asistida, aquí y fuera de aquí, no hubo debate propiamente ético. Me he dedicado estos últimos años a estudiar la historia de lo que he llamado el embrión ficticio, una criatura concebida por médicos, teólogos y bioéticos, que negaba dignidad humana al embrión de menos de 14 días. Los argumentos esgrimidos (los de la gemelación monozigótica, de la formación de quimeras, de la totipotencialidad de los blastómeros, el concepto de preembrión…) carecen de base factual. No son científicos: son extrapolaciones infundadas, apariencias creíbles, eslóganes que se impusieron a base de repetirlos. En un libro que está a punto de aparecer estudio críticamente esos argumentos. Llega muy tarde para dar la vuelta a la situación, pero al menos servirá para conocer cuán débil, ficticia y no comprobada fue la ciencia de que bioéticos y diputados echaron mano para que se aprobaran las técnicas de reproducción asistida”.