Fuente: El Debate.
La compañía de la innovación centenaria ha pinchado con su apuesta propagandística de izquierda, cediendo a los nuevos grupos de presión y provocando un terremoto en su audiencia, pero también entre sus trabajadores.
l largometraje Lightyear (2022) es una de esas tantas películas de la Disney –lo mismo que varias de la nueva hornada de producciones Marvel– que ha tenido un recorrido modesto en taquilla, y que ha obligado a la compañía a replantearse su estrategia. De Lightyear se ha hablado más acerca de un rápido beso lésbico que de su trama, y su recaudación el fin de semana del estreno estuvo tres veces por debajo de lo previsto. Al final, la compañía ha logrado una rentabilidad del 13 %, frente a Avatar: El sentido del agua (de la propia Disney), con una rentabilidad del 309 %, y Top Gun: Maverick (de la Paramount), que generó cuatro veces más ingresos que el coste total de los gastos.
Disney paga en Florida su «cesión» ante las exigencias del lobby LGBT
Hace exactamente cien años Disney emprendió su andadura. La productora comenzó con cortometrajes de animación, algunos de los cuales incluían a personajes de carne y hueso. Con la llegada del cine sonoro, su difusión aumentó de manera exponencial. Sus sencillos pero sugestivos efectos sonoros y visuales –dentro de una serie de narraciones más bien simples, pero divertidas– lograron entusiasmar a audiencias menudas en una época en que aún no existía la televisión a gran escala (en 1939 se iniciaron las emisiones regulares de la NBC).
Uno de los rasgos que, desde entonces, caracterizó a la productora de Walt Disney fue su adaptabilidad, su capacidad de innovación y su orientación a un público infantil, pero no únicamente infantil. Disney logró ser un emblema americano repleto de sutilezas.
El viraje LGTB y ‘queer’
Sin embargo, Disney ha adoptado durante los últimos años un viraje extraño. Se ha vuelto una empresa woke. Adquirió Lucasfilm en 2012 por 4.000 millones de dólares, y se dedicó a censurar sus propias películas clásicas, además de versionar algunas con la sola inclusión de personajes de cuota, amén de incorporar temática de dudosa idoneidad para el público infantil, como es el caso de toda la sexualidad alternativa que supone el mundo LGTB (o LGTBIQ+).
En la nueva trilogía de La guerra de las galaxias ha sabido incorporar elementos de verdad novedosos –como el duelo final que libran Rey, Ben Solo y el emperador Palpatine– junto a meros refritos políticamente correctos: la nueva trilogía es un calco de la trama original, pero añadiendo un personaje negro en vez de Han Solo, y una chica en vez de Luke Skywalker. Además, esta trilogía concluye con una escena de celebración de la libertad, en la que se incluye, sin venir a cuento, un beso en la boca entre dos chicas. La respuesta general a la concatenación de elementos de esta índole no ha sido fulgurante en taquilla.
Aparte de cuestiones morales que aún no admite parte del público, se asume que las nuevas producciones –cuyo interés básico parece consistir, o eso creen muchos, en amoldarse a una agenda ideológica– resultan acartonadas. Tengamos en consideración que Disney nunca, ni en sus años «clásicos», promovió unos valores muy marcados; jamás –al contrario que algunas viñetas de Tintín– mostró símbolos religiosos, ni –mucho menos– cristianos. De modo que ¿quién pagaría una entrada de cine sólo para contemplar un brevísimo beso lésbico en la película de Buzz Lightyear de 2022?
‘Lightyear’, rodeada de fracaso y polémicas: recauda 20 millones menos de lo esperado y es criticada por tener «ideología de género»
El resultado: en los últimos cuatro meses, Disney ha perdido cerca de 34.000 millones de dólares en capitalización bursátil. Compárese con los 5.000 millones que supuso la compra de Marvel por parte de Disney en 2009. Cierto que hay que sumar a esta situación la negativa de Ron de Santis y su gobierno republicano en Florida a mantener la autonomía y ventajas fiscales de los parques temáticos de Disney, así como la confrontación entre ambos acerca de los contenidos LGBT para niños.
Aunque la etapa más woke de Disney, y no con las mejores cifras de negocio, ha coincidido con la dirección de Bob Chapek (2020–2022), sería injusto achacarle toda la culpa; el máximo directivo, en muchas ocasiones, no ha tenido otro remedio que admitir las presiones internas de creativos y guionistas de la compañía que han actuado como declarados activistas del mundo woke y LGTB. Ejemplo de ello fue el cierre de una atracción en Disney World a comienzos de este año, por considerarse «racista», y bajo la dirección de Bob Iger, quien ya había pilotado de nave de Mickey y Donald entre 2005 y 2020.
Y fue durante estos años cuando Disney lanzó Frozen (2013), producción que, según comenta Noelle Mering en Awake, Not Woke: A Christian Response to the Cult of Progressive Ideology (2021), ya muestra guiños woke, pues Elsa, su protagonista, ensalza su disonancia con el mundo en que se ha criado: «Elsa se traslada a las montañas, se transforma en una reina fabulosa de su propio universo, y canta que ya no tiene que ser la niña buena: ‘Nada está bien, nada está mal, no hay reglas para mí. ¡Soy libre!’». En todo caso, este 4 de julio –uno de los grandes días festivos en Estados Unidos– el tiempo medio de espera en los cuatro parques de Walt Disney World (sobre todo, Magic Kingdom en Florida) fue, aproximadamente, la mitad que en 2019. Unos datos que nadie se esperaba.
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