Decimos que España necesita potenciar la Formación Profesional, con enseñanzas prácticas que respondan a las necesidades de las empresas. Y cuando hablamos de estas titulaciones en seguida pensamos en un técnico en soldadura o en iluminación o en estética y belleza. Pero los nuevos tiempos reclaman nuevos títulos, como el que acaba de aprobar el gobierno en el último Consejo de Ministros: Técnico Superior en Promoción de Igualdad de Género.
El asunto podía quedarse aquí y sería ya suficientemente claro. Pero para justificar el nuevo título se le atribuyen una serie de competencias profesionales, nada menos que veinticuatro, que permiten ver por dónde van los tiros.
Las primeras tienen que ver con la igualdad entre hombres y mujeres, pero con un reparto muy desigual, pues lo que se destaca es asegurar “la visibilización de las mujeres”, promover el uso de “imágenes no estereotipadas de las mujeres y la utilización de un lenguaje no sexista”, fomentar “la participación de las mujeres” en la vida social y “la inserción laboral de las mujeres”… ¿Se supone que los hombres no necesitan ninguna promoción ni inserción laboral ni están sujetos a imágenes estereotipadas? Si hay que vigilar para que en los anuncios de talleres de coches aparezca una mecánica también habrá que procurar que la educación infantil no resulte acaparada por las maestras.
Otro tipo de competencias – no menos de cinco– tienen que ver con la violencia de género. Se diría que las mujeres españolas están en continuo peligro no ya al salir a la calle sino en su propia casa. El técnico en Igualdad de Género deberá “implementar programas y acciones de prevención de violencia de género”, detectar “los posibles factores de riesgo”, asesorar y acompañar a “las mujeres en situación de violencia de género”, prevenir el problema en el ámbito socioeducativo, aplicar los protocolos para evitar “la victimización secundaria” y “el acoso sexual y el acoso por razón de sexo”. ¡Un trabajo de Hércules! En conjunto, esta relación de competencias abona sin querer la idea de que la mujer necesita continuamente ser promovida y defendida, como si no supiera gobernar su vida por sí sola.
Algunas otras competencias resultan más propias de los sanitarios que del técnico en igualdad, como la que dice: “Aplicar los protocolos establecidos en materia de primeros auxilios en situaciones de accidente o emergencia”. Quizá se trata de asegurar que no se atiende antes a un hombre que a una mujer.
El resto de competencias reflejan el socorrido bla, bla, bla, de la burocracia del momento. Del tipo de: “Resolver situaciones, problemas o contingencias con iniciativa y autonomía en el ámbito de su competencia, con creatividad, innovación y espíritu de mejora en el trabajo personal y en el de los miembros del equipo”, lo cual vale igual para este técnico y para Messi en el borde del área.
O la que dice: “Dinamizar grupos, aplicando técnicas participativas y de dinamización, gestionando los conflictos y promoviendo el respeto y la solidaridad” (¡falta “sostenible”!).
Imagino al funcionario de turno estrujándose el cerebro en busca de competencias que añadir hasta completar las veinticuatro. Aunque quizá todo esto lo hayan pergeñado gentes que han hecho algún master en estudios de género y aspiran a darle una salida profesional y a convencer a la sociedad de esta necesidad acuciante. Si tienen éxito, acabarán imponiendo que haya un técnico en igualdad de género en todas las empresas de más de cien trabajadores.
Y si no, acabarán engrosando las filas del paro o las plantillas de empleo público, siempre más receptivas a este tipo de ingeniería social. Pero tengo la impresión de que las empresas españolas contratarán a otros muchos tipos de técnicos, antes de pensar en fichar a un técnico en igualdad de género